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Mentes brillantes

Drama Antoine decide prepararse para las pruebas de acceso a Medicina… por tercera vez. En cambio, para Benjamin es su primer intento y pronto se dará cuenta de que esto no es pan comido. En un mundo tan competitivo y caracterizado por noches de estudio intenso en lugar de fiestas universitarias, los dos amigos tendrán que encontrar un término medio entre el sacrificio del presente y la esperanza de un brillante futuro.
El placer y el dolor de la vocación
Todavía resulta sorprendente que, en ocasiones, las películas más modestas sean las que dejen caer mayor cantidad de sensaciones desde la pantalla. No hablamos de películas que apuesten por la simplicidad visual, por el despojamiento dramático o por la sencillez expresiva, sino de obras que luzcan, con alegría y orgullo, su falta de altas pretensiones dramáticas, vitales o cinematográficas.

“Mentes brillantes” (una vez más un horrendo título en español que reescribe el “Primer año” del original) es un relato que atrapa un curso académico en la vida de dos jóvenes, además de algunos fragmentos en las de otros que los rodean (que podrían haber sido también los protagonistas si el director hubiera fijado su mirada solo un par de aulas más allá). Como muestran los títulos de crédito, más de 2000 estudiantes, alineados en gigantescas filas de pupitres en un descomunal hangar en las afueras de París, se citarán para examinarse en una prueba de demencial dificultad y conseguir acceder a las escasas plazas disponibles para el segundo curso de la carrera de medicina (según un ‘numerus clausus’ que Francia ya ha anunciado que eliminará en 2020).



Pero ese será el desenlace de “Mentes brillantes”. Antes, asistiremos a los pesares y ocasionales alegrías de Benjamin y Antoine, dos de esos jóvenes que viven atrapados por sus estudios y sus sueños profesionales. Ambos se conocen en una abarrotada aula de la Facultad, el primer día del curso, y muy pronto entablan amistad. Pero son muy diferentes: Benjamin afronta su primer año para seguir los pasos de su padre, cirujano. Antoine ya lleva dos años en el primer curso y esta es su tercera y última oportunidad para aprobar. Benjamin es abierto, simpático, y no es un estudiante vocacional aunque tiene una asombrosa capacidad para aprender y retener datos. Antoine es un tanto huraño, reconcentrado, y sueña con ser médico aunque sufre al enfrentarse con cada hora de estudio, con cada libro. Dos caracteres opuestos que representarán tanto dos maneras de vivir como dos maneras de enfrentarse con las dificultades.

Toneladas de libros, apuntes, fichas, cursos, tutorías… Horas de estudio en casa, en la biblioteca, en los pasillos de la Facultad, en la cafetería, en el metro, en el autobús… Y memoria, memoria, memoria… estos son los ingredientes de los días que viven Benjamin y Antoine (el primero llegará a asegurar que la memorización de tal cantidad de datos reduce el cerebro humano a la categoría de cerebro reptiliano). Trabajarán juntos y se embarcarán en asaltos de ametralladoras verbales día y noche para “aprender a responder automáticamente”, como defiende Antoine (“Perseverar como un Jedi” será otra de sus sentencias), en una suerte de “Ironman” intelectual que desvelará, además, las desigualdades entre quienes tienen o no disciplina de aprendizaje o mayor o menor facilidad para moverse entre acrónimos que representen a cientos de términos médicos. Entre todo ello, “Mentes brillantes” incluye secuencias regocijantes, como la que muestra a Benjamin explicando a Antoine los fundamentos de la presión aórtica con la ayuda de dos cubos de basura, la escalera de su portal y una vecina bonancible. E incluso entrega algunos planos casi icónicos, como el que aprisiona, de manera irreal, fantástica, a los dos amigos tumbados en sendos colchones y circundados por completo por cientos de libros.



El responsable de “Mentes brillantes es Thomas Lilti, autor en 2014 de la magnífica “Hipócrates”, que retrataba con acidez en funcionamiento del sistema sanitario público francés, y en 2016 de la notable “Un doctor en la campiña”, que seguía los pasos de un abnegado médico en una zona rural de Francia. Lilti firma también el excelente guion de su película y ejerce de sólido director para moverse con aparente facilidad en la filmación de planos de larga duración, muy complicados de elaborar, con movimiento masivo dentro del encuadre. También sabe recurrir con habilidad al plano-contraplano y al juego con la reducción de la profundidad de campo… Y es que hay mucha más labor de puesta en escena en “Mentes brillantes” de lo que parece a primera vista.

Atrapan estos jóvenes entregados a su vocación. Atrapa su naturalidad, su credibilidad. Jóvenes que muestras su sacrificio, su entrega, su generosidad y, claro, también sus pequeñas mezquindades. Y deslumbra la capacidad de Thomas Lilti para retratarlos con pasmosa franqueza y llegar a su intimidad. Y entre sus esfuerzos, resulta fundamental el trabajo de William Lebghil como Benjamin y Vincent Lacoste como Antoine (este último, también a las órdenes de Lilti, recordado protagonista de “Hipócrates”). Un acierto de cásting que propicia dos interpretaciones de características opuestas, peo de inmensa sensibilidad.

“Mentes brillantes” no es una obra maestra. Ni pretende serlo. Pero ya quisieran muchas presuntos cineastas sesudos acercarse siquiera a la transparencia, la frescura y la generosidad de sus imágenes.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)

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