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Zombieland: Mata y remata

Comedia. Terror En esta secuela y empleando el característico sentido del humor del que hizo gala "Zombieland", el grupo de protagonistas tendrá que viajar desde la Casa Blanca hasta el corazón de los Estados Unidos, sobreviviendo a nuevas clases de muertos vivientes que han evolucionado desde lo sucedido hace algunos años, así como a algunos supervivientes humanos rezagados. Pero, por encima de todo, tendrán que tratar de soportar los inconvenientes ... [+]
No-muertos en el monovolumen
Ser propietario de un monovolumen implica mucho más que ponerse al volante de un vehículo espacioso y de alto consumo en combustible. Esto lo aprendimos sobre todo gracias al cine americano: un coche no son simplemente cuatro ruedas sujetando una carrocería. Es la reafirmación de un estatus que trasciende la mera constatación de clase social. También puede indicar, por ejemplo, el punto en el que nos encontramos dentro de esta aventura que es el crecimiento vital. Llevado al caso que nos ocupa: si la providencia te coloca, una y otra vez, entre las puertas correderas de, como decía, un monovolumen, es a lo mejor porque te está mandando un mensaje de calma y tranquilidad.

Tal vez te esté sugiriendo que lo que te conviene ahora es relajarte y disfrutar de los placeres de un día a día más sedentario, más estable... y cómo no, en compañía -inestimable- de los seres amados. Así que deja de hacer el crío, echa raíces y cuida de aquellos que te quieren. Me detengo en esto porque una de las bromas recurrentes de ‘Zombieland: Mata y remata’ consiste en la imposibilidad de algunos de sus personajes centrales a la hora de cabalgar “la Bestia”, el icónico e híper-letal todoterreno que sembró el terror entre las hordas de gules en la simpática y resultona primera entrega de los muertos-vivientes de Ruben Fleischer.



En 2009, recordemos, el público de medio mundo aplaudió el humor gamberro, la violencia a cámara lenta y las tipografías llamativas de esa guía para la supervivencia protagonizada por Jesse Eisenberg, Emma Stone, Woody Harrelson y Abigail Breslin. Era la gran comedia del apocalipsis zombie, una apuesta que funcionó tan bien que no tardó en confirmarse como franquicia. Al poco tiempo, se anunció la creación de una serie televisiva con el mismo título... lo que pasó es que el asunto no fue más allá de un episodio piloto. Y no pareció importar a mucha gente, lo cual, bien meditado, tiene todo el sentido del mundo.

Cuatro años pasaron entre aquel primer impacto y su correspondiente (y fallida) réplica. Bastó una olimpiada para dejar patente el carácter gaseoso de la propuesta: la botella se destapó, sonó con fuerza... y poco más. Diez años después, pasamos del “Bienvenidos” al “Mata y remata”, y salta a la vista que el universo “Zombieland” importa poco o, directamente, nada. Porque las modas y tendencias rara vez se molestan en mirar al retrovisor, pero sobre todo porque esta nueva experiencia ofrece muy pocos argumentos -propios- en su favor. Su mejor baza, ya que ha salido el tema, es un gag metido gratuitamente entre los títulos de crédito finales.



Llegados a este punto, es normal reírse con fuerza. Porque la broma tiene su gracia, sí... pero también por el efecto catártico; por ese alivio de ver, justo cuando empieza a desalojarse la sala de cine, que algo por fin funciona. El resto se explica, en gran parte, con esa imagen que comentaba al principio, y que a lo largo de hora y media de metraje se repite en numerosas ocasiones. Está Woody Harrelson, macho alfa orgulloso de su estado civil (el de soltero depredador) conformándose con las pobres cartas que le ha dado el destino: el confort, la seguridad y el aburrimiento de un monovolumen, único medio de transporte viable en esta nueva odisea.

En algún momento, parece que va a producirse la esperada subida de nivel. Ahí está un autocar visiblemente preparado para entrar en combate, o un “monster truck” cuya sola visión ya produce vertiginosos ataques de pánico. Pero no, siempre hay una circunstancia que se interpone entre los protagonistas y estos bólidos impresionantes. Que si una avería irreparable, que si una conducción muy por encima de sus posibilidades, que si un neumático reventado... Y esto es, precisamente, ‘Zombieland: Mata y remata’, una constante decepción que cuando parece que va a remontar, se hunde inmediatamente después en esa depresión de la que no puede escapar. Un pinchazo, vaya.



Diez años después de aquella revelación... todo sigue prácticamente igual. Y ahí está el problema. Las pocas novedades añadidas al repertorio no se traducen en nuevas reglas con efecto significativo en un juego que, a las primeras de cambio, ya suena demasiado a más-de-lo-mismo. Varían los escenarios y crece Abigail Breslin, todo lo demás opta por el estaticismo, convirtiendo la preservación en descomposición. Ruben Felischer tira más descaradamente de mecanismos típicos de la sitcom, y claro, al final le sale una comedia demasiado necesitada de la muleta -artificial- de las risas enlatadas.

En su ausencia, solo le queda recurrir a la inercia del carisma de los actores, y al auto-guiño; a la broma de consumo interno, o sea, a esa complicidad que pudiera conservar con los devotos de la primera entrega. Esto se traduce en un combustible que apenas da para dos escenas. También hay un pico de acción resuelto con un plano secuencia tan aparatoso e innecesario, que vuelve a confirmarse este recurso como una de las escapadas predilectas para los realizadores más acomplejados por sus propias limitaciones (y falta de ideas, sobra decirlo). Y ya está, de verdad. Una década después, los Estados Unidos (y el mundo entero, se supone) siguen siendo un páramo del que no brota nada... y que por lo visto, merece ser visitado a velocidad conservadora de monovolumen. Tan seguro y tan cómodo (o comodón) como suena... y anodino, e innecesario.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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