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Sin techo

Drama Juan, un sin techo que malvive vendiendo dibujos a turistas, decide abandonar su rutina de alcohol y violencia en las calles de Barcelona y emprender un viaje sobrehumano hacia un destino que solo él conoce.
La respiración errante
En plena calle, o mejor dicho, en medio de la más absoluta nada, alguien lucha por respirar; por vivir. El aire que entra y sale de sus pulmones, lo hace de manera dificultosa, y parece que en cualquier momento se va a quedar atascado, y que ya nunca más volverá a circular. Esta podría ser la historia de un hombre que tose y que jadea; que se ahoga. Pero en realidad, es una película que quiere ir más allá de esta sinfonía de sonidos desagradables. Quiere escuchar aquello que normalmente no queremos escuchar, y mirar de frente aquello que nos incomoda ver.

El nuevo trabajo de Xesc Cabot y Pep Garrido es una ficción de naturaleza prácticamente documental. Es cine social alimentado por una sensación de emergencia que, no obstante, no perturba el temple que debe tener todo buen ejercicio de observación. ‘Sin techo’ es, como adelanta el título, un drama servido por un contexto tan invisibilizado, que prácticamente se ha convertido en tabú. Es el retrato de esa realidad que habita en nuestras calles, pero que de alguna manera se desintegra (porque así lo hemos decidido) cuando llega el momento de abordarla frontalmente.



Como sociedad, este intolerable acto de desaparición se entiende a través del miedo y de la hipocresía. El temor a compartir el destino de esta gente; la arrogancia de creerse superior a ellos. Una mezcla tóxica a partir de ingredientes igualmente peligrosos, y que como decía, deriva en un peligroso acuerdo colectivo de negación; de olvido. Por suerte, el cine también está ahí para corregir los errores del sistema. Y así, a lo largo de hora y media, la dupla de directores se mantiene siempre firme en la voluntad de seguir al “paria”, y de convertirle en el centro gravitacional no solo de la historia narrada, sino también de casi todas las imágenes propuestas.

En medio de la maraña urbana de coches, ruidos hostiles y viandantes anónimos, sobresale siempre la figura sincera de Juan, el hombre al que le cuesta horrores respirar... pero que a pesar de todo, respira. Antes de que se encienda la pantalla, ya hemos tenido un primer contacto -acústico- con el protagonista. A nuestras orejas llega ese aire que no fluye por sus conductos, sino que los golpea inmisericordemente. Con un estrépito que no se puede (ni se debe) ignorar. La supervivencia como vergonzosa carta de presentación.



No para él, sino más bien para nosotros, pues sabemos lo que está pasando... pero no alcanzamos a verlo. Y cuando por fin lo hacemos, es como si Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel (recordemos sus monstruosos acercamientos a los monstruos) estuvieran al mando del dispositivo. La cámara despierta perdida en las sinuosas arrugas de Juan, quien bien podría ser el recuerdo de lo que un día fue el ahora actor Enric Molina. Como sucedía con los últimos autores citados, la invención aparentemente más deformada, se convierte en una herramienta para entender mejor la realidad.

La ficción está, por supuesto, basadísima en hechos y situaciones verdaderas. Lo sabemos informándonos sobre el origen de este proyecto, pero también aceptando los ritmos vitales de una narración que se mimetiza con el objeto de estudio, y que consecuentemente, más que avanzar, deambula. Se mueve, por así decirlo, sin mayor planificación que la de atender a las necesidades más urgentes. Se trata, como decía, de respirar una vez más, sin saber a ciencia cierta si el cuerpo va a aguantar unos segundos más.



En una contundente muestra de coherencia, ‘Sin techo’ hace de la incertidumbre una de las constantes en su penosa (y aun así magnética) odisea. Durante buena parte del tiempo, se impone la sensación insoportable (porque así tiene que ser) de no saber dónde estamos. Nuestro punto de vista se acerca tanto a Juan que este parece vagar por una dimensión casi abstracta. Es el factor humano errante, arrastrado por sus propios vicios y demonios; condenado, ya lo sabemos, por la cruel indiferencia que le rodea. Cuando cae la noche, por ejemplo, unos desgraciados fuera de cuadro ríen y propinan golpes al vagabundo. No podemos o no queremos verlos, y es terrible.

La película reivindica su importancia no solo a través de la acción filmada, sino más bien mediante la manera en que esta se capta... o incluso se deja escapar. Del realismo pasamos a lo poético; de lo palpable a ese misterio que no se puede concretar en palabras. Que solo se puede respirar. De repente, el techo parece una losa sin la cual se adquiere una libertad que no es necesariamente liberadora, pero que al menos (y no es poco) humaniza. Xesc Cabot y Pep Garrido nos descubren, con ritmo agónico, espacios y compañías que no nos podíamos ni imaginar, al principio de esta dramática aventura. Con el paso del tiempo, escuchan también la respiración de aquellos que ahora rodean a Juan. El hombre tiene por fin nuestra atención (y compasión, y comprensión); ya no está solo, y así, el cine cumple con su noble objetivo.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)

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