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Stranger Things 3 (Serie de TV)

Serie de TV. Fantástico. Aventuras Es 1985 en Hawkins, Indiana, y el verano se está calentando. Fuera de la escuela, hay un nuevo centro comercial en la ciudad, y el grupo de Hawkins está en la cúspide de la edad adulta. El romance florece y complica la dinámica del grupo, y tendrán que encontrar la manera de crecer sin separarse. Mientras tanto, el peligro se avecina. Cuando la ciudad está amenazada por enemigos viejos y nuevos. Once y sus amigos recuerdan que el mal ... [+]
STRANGER THINGS TEMPORADA 3: QUE VIENEN LOS RUSOS
Indiana debe ser un estado felizmente maldito. Ahí, se situaba 'Eerie Indiana', de la que Joe Dante dirigió varios capítulos y ejerció de consultor creativo. En el primer episodio de la serie, el director de 'Gremlins' narraba cómo el joven protagonista descubría el negocio de los “foreverwere”, una suerte de “tuppers” que permitían conservar no solo los alimentos sino también a los humanos. Así, un par de chicos permanecían jóvenes, atrapados a su pesar en el séptimo curso. Los niños de 'Stranger Things' también viven en Indiana, en otro pueblo condenado a las sorpresas desagradables por culpa de un portal hacia otro mundo; pero estos crecen, y en la tercera temporada los encontramos transitando por esa cornisa llamada adolescencia.

Más allá de unos sospechosos apagones, la última entrega de 'Stranger Things' comienza fijándose en el besuqueo ruidoso entre Mike y Eleven y en la crisis del cándido Will, que cree que sus amigos están dejando los juegos atrás. La serie creada por los hermanos Duffer pone sobre el mostrador su mejor catálogo de referentes: los chicos se cuelan en un cine para ver 'El día de los muertos' en un centro comercial de reciente apertura; más adelante, en la piscina, un grupo de mujeres observa con anhelo al joven salvavidas Billy, mientras, como sucedía en 'Aquel excitante curso', suena una canción de The Cars.

Entre el terror y la comedia juvenil, este es el lugar de 'Stranger Things', que, sin embargo, ni consigue el efecto irreverente del humor de 'Aquel excitante curso' ni el calado político de las películas de Romero. La serie de Netflix siempre deja la misma duda, la de comprender para qué sirve tanta nostalgia: si se trata de una herramienta para pensar la época o, más bien, de un artilugio para liberar las endorfinas del placer estético, el de las zapatillas con calcetines blancos y el logo vintage de Burger King, el del recuerdo plácido del momento en que descubrimos 'Regreso al futuro'.

Estrenada el 4 de julio, la tercera temporada muestra precisamente el festejo del día de la independencia. Estamos en 1985, y mientras el alcalde de Hawkins abre los brazos ante el parque de atracciones que se ha montado para celebrar el día más patriótico de los siempre patrióticos Estados Unidos, los rusos amenazan con abrir el dichoso portal. La guerra fría fue una constante en el cine de la segunda mitad del siglo XX, cuando las invasiones alienígenas servían de visible alegoría. En 'Stranger Things' se produce de nuevo esta mezcla, entre el momento histórico y un fantástico de monstruos que se derriten y que se transforman como en 'La cosa'; y de personas que se convierten en receptáculos como en 'La invasión de los ladrones de cuerpos'. Sin embargo, la tercera temporada de 'Stranger Things' se presenta libre de los peores tics de la paranoia.



[A PARTIR DE AQUÍ, CONTIENE ALGÚN SPOILER DE LA TERCERA TEMPORADA]

La amenaza comunista se teje desde el estereotipo. Uno de los rusos parece un “terminator”, y el otro descubrirá las bondades del capitalismo, de los Looney Tunes y los peluches. Suya es la muerte más plástica e icónica: abrazado a un muñeco que acaba de ganar en una rifa, tuerce la sonrisa cuando ve a su perseguidor frente a él; cuando aparta el trofeo que tiene entre los brazos, descubre una herida de bala en el abdomden. La imagen resume una idea, la del soviético feliz como un niño con su juguete, herido de muerte por su deserción.

No es la primera vez que se pone en escena la perversa capacidad de seducción del capital, que compra adeptos con faldas y “corn dogs”. En 'La bella de Moscú' –el remake de 'Ninotchka' en clave musical–, Rouben Mamoulian mostraba la transformación ideológica de la espía rusa en un número de baile en el que la actriz Cyd Charisse danzaba mientras se iba poniendo todo tipo de exuberantes ropajes. En 'Stranger Things' el científico soviético no se cambia de atuendo, pero sí lo hace Eleven cuando va de compras con Max para despejar así su dependencia de Mike. “¿Cómo sé lo que me gusta?”, pregunta Eleven a su nueva amiga, que, cómplice, le contesta que esto será cuando se pruebe algo con lo que se sienta ella misma. El discurso de reafirmación llega así en el centro comercial y gira en torno a una materialidad que parece estar presente a lo largo de la serie.

La tercera temporada tiene lugar sobre todo en el flamante “mall”, que oculta algo maligno desde el principio, cuando se anuncia que las pequeñas tiendas del pueblo como la de Joyce tienen los días contados. El paraíso de las compras no es el único templo del capitalismo que se puede ver en la serie: también salen los pasillos de un supermercado y una feria. ¿Y si 'Stranger Things' fuera precisamente un parque de atracciones? Te puedes subir, por turno, a una de Romero o de Carpenter o a una de Hughes. Se trata en el fondo de un simulacro, desprovisto de la pulpa del asunto pero tremendamente encantador; mejor, incluso, que la temporada anterior.

De noche, entre norias y juegos de disparar balines a latas que nunca nadie ganará, 'Stranger Things' se adentra en los dominios de 'Nosotros', la película de Jordan Peele en que precisamente en un parque de atracciones se descubría la posibilidad de un submundo. El mismo Peele había filmado antes 'Déjame salir', una sátira política en la que, en una de sus escenas, un hombre negro, inducido por una mujer blanca, caía en una suerte de pozo negro. El contexto casi desaparece, para revelar así un no-lugar que es el de otro universo, el de la conciencia. Se trata de un lugar similar al que viaja Eleven, cuando trata de encontrar telepáticamente a otra persona. En uno de estos viajes, la chica va un paso más allá, descubriendo una playa, con un niño y una mujer. Se trata de un recuerdo, pero, más allá de lo que es, cabe observar cómo está filmado: con desenfoques y estilizados movimientos de cámara, con colores fríos, como si en vez de en los ochenta estuviésemos en un anuncio moderno.

La escena rompe el tono en el que se instala la serie, tan amante de la nostalgia que no teme copiar las formas más dudosas de los ochenta. Hace un mes, Stephen Malkmus, cantante de la emblemática banda indie Pavement, seleccionó para el Primavera Sound una serie fragmentos de películas en los que el uso de la música le parecía interesante. Entre las elecciones más estrafalarias (se permitió incluso poner el himno de Hulk Hogan con imágenes de Barack Obama) había el capítulo de una serie de la CBS de los primeros ochenta. El episodio se titulaba 'Portrait of a Teenage Shoplifter' y trataba de advertir a la juventud sobre los peligros de robar un jersey de una tienda. Los ejemplos eran divertidos: la música se convertía en una especie de hilo musical que cambiaba con frenesí a cada escena. Algo así ocurre en el primer capítulo de 'Stranger Things', cuando la banda sonora pasa del ritmo raudo de 'Open the Door' de Gentleman Aferdark a la canción de The Cars, cuando en la piscina Billy se pasea todavía como un icono sexual. Los hermanos Duffer parecen recoger sin prejuicios los delirantes rasgos estéticos de aquella época.
Escrita por Violeta Kovacsics (FilmAffinity)

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