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Matthias & Maxime

Drama Dos amigos de la infancia se besan como parte de la filmación de un cortometraje para la universidad. Tras el beso, ambos comienzan a preguntarse cuáles son sus auténticas preferencias sexuales, lo que pone en peligro la estabilidad de sus vínculos sociales. (FILMAFFINITY)
Antes de que te vayas
A estas alturas, el cine de Xavier Dolan está a tan definido, que hasta parece que el recorrido que van trazando sus películas sea una especie de síntesis en macro de todo aquello que, para bien y para mal, caracteriza el arte de este joven artista quebequés. El chico tocó la gloria con ‘Mommy’ en 2014, pero dos años después, en lo que sería su segunda participación consecutiva en la Competición del Festival de Cannes, fue repudiado con ‘Sólo el fin del mundo’, una de las películas que, irónicamente, mejor encapsulaban su particular modo de entender el cine.

Pero hubo más, dos años después de dicho capítulo, la que tenía que ser su tercera entrada en el Concurso cannois se aplazó, hasta nuevo aviso, por supuestos problemas de edición. Se trataba de ‘The Death and Life of John F. Donovan’, película maldita y, por lo visto, triturada en la sala de montaje; una propuesta que los sucesivos certámenes en el calendario, se fueron pasando unos a otros, cual patata caliente demasiado a punto de explotar. Y ahí quedó el dibujo: del cielo al infierno en tan solo un par de trabajos.



Algo que, de hecho, podría definirse como una actitud muy “dolanesca” hacia la vida. Volvamos a aquella -impecable- adaptación de Jean-Luc Lagarce, en la que cada frase era una invitación a la pelea, arrojada ésta a la cara del interlocutor; en la que cada diálogo era en realidad una batalla de monólogos que ilustraban lo obcecado que estaba cada uno de los personajes en defender, con uñas y dientes, cada milímetro de su particularísima e intransferible visión del mundo que les rodeada. O sea, de su ego.

Teniendo todo esto en cuenta, ‘Matthias & Maxime’ no deja de ser otro día en la oficina para el gritón Xavier Dolan, un cineasta cuyo principal rasgo identitario (esto es, la temprana edad desde la que empezó a hablarnos) se está desvaneciendo por pura ley de vida... y por mucho que se resista a aceptarlo. Su nueva película, precisamente, podría definirse como una especie de ‘American Graffiti’ adaptada a las particularidades de su propio cuerpo (y, de nuevo, de su egolatría). El punto de partida, como en aquella película dirigida por George Lucas, es el de una amenaza que rápidamente se apodera de todo el relato: lo bueno se acaba.



Es el fin de la juventud. Ay... Un grupo de amigos se reúne en una casa en medio del bosque. El objetivo es empezar a prepararse emocionalmente para la inminente marcha de uno de ellos (Maxime, encarnado por el propio Dolan) a Australia durante un período de, por lo menos, dos años. En menos de dos semanas, pasará de América del Norte a Oceanía; de la feliz edad de los encuentros encendidos con los colegas a las antípodas de una madurez inevitablemente marcada por las responsabilidades.

Dicha cuenta atrás, angustiosa donde las haya, es lo único que logra entenderse en un caótico primer acto que, como tal, sirve para que nos aclimatemos tanto al terreno como a la compañía de la gente que lo puebla. Esta congregación de gente ya-no-tan-joven es filmada, como cabía esperar, con la dispersión del polluelo que apenas acaba de salir del nido. El montaje es tan frenético que la teleobjetivo no puede sostener la mirada durante más de un segundo a ningún personaje. Entre cortes y movimientos de cámara que parecen más bien convulsiones, uno de los muchos diálogos que llenan el ambiente pierde importancia justo cuando los ojos de Dolan se van, por ninguna razón aparente, hacia un cuadro del decorado.



El lienzo, por supuesto, no aporta absolutamente nada. Ni al desarrollo de la trama ni mucho menos al dibujo de ningún personaje. Cabe interpretarse pues como un gesto para celebrar una de las mayores libertades a las que se puede aspirar: actuar obedeciendo a los calentones internos, y sin tener que dar explicaciones a nadie. Tic de bendita juventud, reproducido aquí, a lo mejor, por la preocupación de estar perdiéndola. Este sentimiento es que el realmente alimenta ‘Matthias & Maxime’. Se supone que el principal punto de interés es la frustración despertada por un amor que no puede acabar de expresarse (el de Matthias hacia Maxime, claro), pero el tratamiento de todo lo que concierne a este romance cae tan fácilmente en el tópico (y a nivel actoral, está tan mal plasmado), que a la fuerza la atención se va hacia otro sitio. Una fiesta se muestra a velocidad acelerada hasta que la mirada de un protagonista se cruza con la del otro.

A partir de ahí, se ralentiza el tiempo a base de imágenes corridas. Una fórmula bien ejecutada, pero tantas veces vista, que ya huele a vieja. ¡Ay! Así transcurre la película, entre situaciones mal cocinadas pero bellamente rodadas. Lo que vemos en la pantalla se sitúa siempre muy por encima de lo que pueda sugerir el texto. Xavier Dolan se funde con su personaje (o viceversa) y se aferra a ese verano vital que se le escurre de las manos. En el paisaje quedan algunos apuntes sobre la incompatibilidad inter-generacional (resueltos todos ellos con la bronca de rigor), pero suena todo a titular que no desea ser desarrollado. Se acaban imponiendo las formas: el mostrarse incomprensible por sentirse incomprendido, el pasarse de frenada en cada reacción, el acertar y tropezar con la misma contundencia. Son los pecados de juventud, que ya no brotan de forma natural, sino que se se preservan muy artificialmente.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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