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El arte de vivir bajo la lluvia

Comedia. Drama Un perro llamado Enzo rememora las lecciones que ha aprendido de Denny (Milo Ventimiglia), un piloto de carreras. (FILMAFFINITY)
Más vivencias perrunas
"En Mongolia creen que cuando un perro termina de vivir sus vidas como perro se reencarna en un ser humano. Eso significa que perderé todos mis recuerdos. Pero tengo un plan: intentaré grabar en mi alma todo lo que sé. Cuando abra los ojos y vea mis nuevas manos, lo sabré todo". Estas son las primeras y sesudas palabras que se escuchan en "El arte de vivir bajo la lluvia". Las pronuncia el muy filosófico perro protagonista (porque el can, y nadie más, es el sustento de esta película). Palabras que podrían ser intercambiables con algunas de las escuchadas en filmes sobre conflictos caninos como "Uno más de la familia" o "Tu mejor amigo". Al igual que las imágenes que entrega Simon Curtis en esta obra podrían ser canjeadas por las de cientos de películas filmadas con espíritu burocrático, en serie, como si tras la cámara estuviese presente un robot.

"El arte de vivir bajo la lluvia" está basada en un 'best seller' de Garth Stein (publicado en España por Suma de Letras). No plantea la posibilidad de nuevas vidas para el perro tras su fallecimiento, pero sí un retrato de sus peripecias y pensamientos (que expresa con sorprendente humanidad), y de su vida con Denny, un tipo volcado en la pasión por las carreras de bólidos y en el amor hacia Enzo, el Golden Retriever que comparte su vida. Denny, que es todo un campeón y quiere llegar a pilotar en Fórmula 1, lleva a Enzo a las competiciones y hace que presencie las carreras en la tribuna ("soy un miembro cuadrúpedo del equipo", asegura), lo abraza nada más bajar de su coche tras los triunfos, afirma que "es más humano que perro", habla con el can como si lo hiciera con un congénere… Es decir, asume todos los tópicos posibles de los filmes caninos, patrón a patrón, línea a línea.



Y mientras Enzo parlotea de lo lindo con la voz, en la versión original, de un estupendo Kevin Costner que se maneja con impecable ductilidad, acompaña a Denny fielmente hasta que el conflicto (leve, por descontado) surge con la llegada de Eve, una estupenda Amanda Seyfried, gran actriz que escoge de manera extraña sus trabajos, muy pronto convertida en esposa de Denny (Enzo se encargará, oh, de llevar las alianzas al altar) y transformados ambos en flamantes papá y mamá con el nacimiento de su hija Zöe. Claro, el can se sentirá desplazado y el mejor amigo del hombre deberá aprender a serlo también de la mujer y bla, bla, bla...

Sí, el espectador que sea amante incondicional de los canes, al menos tendrá el aliciente de la constante presencia en pantalla del flamante Golden Retriever (quizá no tanto de su incesante y pertinaz parloteo, que lanza con esfuerzo digno de mejor causa mientras se alimenta de la televisión como fuente de saber), pero el resto de concurrentes ante la pantalla bastante tendrá con intentar no echar unas cabezadas. Para más inri, a pesar de no parecerlo en sus primeros minutos, "El arte de vivir bajo la lluvia" se revela, completamente a traición, como un dramón de marca mayor que tiene un objetivo predominante y lo expresa casi a gritos: ¡A llorar!



Peor aún, lo hace desde la planicie narrativa más absoluta, desde la desidia estética, desde una puesta en escena que busca con ahínco la insignificancia (nada extraño, ya que viene del firmante de monumentos al sopor como "Mi semana con Marilyn" y "La dama de oro"), entregada a imágenes de insultante levedad, a movimientos de cámara que parecen generados por un androide y a encuadres tan faltos de nervio que convierten cualquier telefilme en una cumbre de intensidad.

El cansancio reina en una función que, además, carga con el lastre de todos los filmes protagonizados por perros: como su gesto, en realidad, se deja en suspenso (un can no interpreta), cada espectador puede volcar en su rostro la expresión que desee y salir de la sala afirmando que el perro hasta parece un actor (ya se le habría podido ocurrir este recurso a Kuleshov, en lugar de experimentar con expresiones humanas). Y si aún no fuera suficiente, habremos de cargar no con una, sino con varias moralejas de colegiales, que pueden resumirse en esta sesuda reflexión, bien gráfica para que la entienda hasta un párvulo: "Ninguna carrera se gana en la primera curva: de hecho, en ella se han perdido muchas". ¡Acabáramos!
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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