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De la India a París en un armario de Ikea

Comedia. Romance. Drama Aja, un joven estafador de Mumbai, comienza, tras la muerte de su madre, un viaje extraordinario siguiendo las huellas del padre que nunca conoció. Encuentra el amor en París en una tienda de muebles suecos, el peligro en compañía de inmigrantes somalíes en Inglaterra, la fama en una pista de baile en Roma, la aventura en un globo aerostático sobre el Mediterráneo, y finalmente entiende qué es la verdadera riqueza y en quién quiere convertirse. [+]
La vida es durilla, pero bella
En otro ejemplo de alucinada traducción para un estreno en español, "El extraordinario viaje del faquir" se convierte en "De la India a París en un armario de Ikea". Poco parangón tiene el dislate, aunque puede ser un buen heredero de la perla más brillante de la distribución en España, aquel "Ice Princess" que en 2005 se transformó en un insensato "Soñando, soñando... triunfé patinando". De hito en hito. Bien es verdad que el nombre de la multinacional sueca aparece en el título de la novela en la que se basa, un 'best seller' perpetrado por el francés Romain Puértolas cuyo lugar de lectura más idóneo sería el de la sala de espera de un dentista, a fin de que el lector se adormile ante lo que está por venir.

Conviene dejarlo claro desde el principio: este amago de película es una de las mayores apoteosis del 'buenismo' jamás vista en una sala de cine. Veamos: la cosa relata las peripecias de un raterillo indio que recorre medio mundo en una doble búsqueda, la de un padre a quien no conoce y la de un efímero amor que se le presentó en una tienda de Ikea. Casi nada. Y allá que se va el protagonista, a correr aventuritas envueltas en un arrebato de colorismo viajero. Entre sus peripecias, vivirá el racismo cotidiano, el maltrato hacia los refugiados y algunas penurias, pero también, ¿quién lo duda?, conocerá el amor (un romance sonrojante digno de Corín Tellado).



La presunta 'road movie' lo lleva por diferentes ciudades, retratadas cada una de ellas con la mayor acumulación posible de lugares comunes, desde Bombay como lugar natal, en la que ejerce su actividad como delincuente (pero siempre simpático, eso sí), retratada con ánimo de tarjeta postal y con una mirada "pintoresca" que provoca vergüenza ajena, hasta París, (sí, bajo el retrato de "la ciudad del amor"), por la que andará un taxista bajo los rasgos de un desatado Gérard Jugnot que, al menos, conoce su oficio y aporta alguna sonrisa a la función. También están Roma, la ciudad del lujo, donde, oh, conocerá la 'dolce vita' (¿una visita a la Fontana de Trevi? ¡Igualmente incluida!), y Londres, en la que se enfrentará con el drama de los refugiados, en un acercamiento tan superficial a tan serio asunto que consigue que la película deje de aburrir para comenzar a indignar (un desnortado número musical en una comisaría londinense dejará a más de un desconcertado espectador en estado de shock).

El director Ken Scott ya había asustado un poco desde las pantallas con comedias pretendidamente desmadradas y finalmente lamentables como "¡Menudo fenómeno!" y "Negocios con resaca". Aquí, se entrega a un frenesí de 'kitsch' desaforado, con una puesta en escena que acentúa el colorismo y la obligatoria alegría de vivir gracias a una cámara al borde del colapso que captura con denodada ansia la sucesión de bromas y dramas (más de lo primero que de lo segundo, claro está, por más que estemos disertando sobre pobreza, desigualdad, insolidaridad y brutalidad humana).



Tan manipuladora como edulcorada, "De la India a París en un armario de Ikea" es una muestra emblemática de cine vacío y fabricado en un laboratorio, una permanente búsqueda de la lágrima fácil que, además, se permite ofrecer algunas lecciones de vida destinadas a amantes de las reflexiones de Paulo Coelho. Entre la impudicia y el mal gusto, la idea que se pretende inculcar es la de que la bondad humana todo lo puede, con un poco de ayuda de los amigos, sí, pero también de la suerte y la buena voluntad. Y pretende defender, desde el maniqueísmo más atroz, la idea de que las fronteras enfrentan a unos seres humanos que, sin ellas, vivirían en una suerte de jardín del Edén entregados al hermanamiento universal. ¡Acabáramos!

Ni el ínclito Kheiron, uno de los actuales representantes del 'buenismo' más desmedido en el actual cine francés, podría haber ideado una película tan trivial y vacía de contenidos. “De la India a País en un armario de Ikea”, insoportable por su gazmoñería y su reaccionarismo, ni siquiera puede llegar a la categoría de libro de autoayuda.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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