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Un pueblo y su rey

Drama Año 1789. El pueblo francés entra en revolución. La historia entrecruza los destinos de mujeres y hombres del pueblo con los de figuras históricas. Su lugar de encuentro es la recién creada Asamblea Nacional. En el centro de la historia, la suerte de un rey y el surgimiento de la República... (FILMAFFINITY)
La Historia y la historia
Bajo múltiples perspectivas, el cine francés ha abordado su Revolución en cientos de películas, desde “La Marsellaise” de Jean Renoir en 1938 hasta “Danton”, del polaco Andrzej Wajda en 1983, pasando por la ciclópea “Historia de una revolución” en 1989, filmada por Robert Enrico y Richard T. Heffron, estrenada en dos partes de casi tres horas de metraje cada una. Ahora, el empeño Pierre Schoeller en “Un pueblo y su rey” resulta del todo ambicioso: nada menos que retratar la evolución de la Revolución Francesa desde el día de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, hasta la ejecución en la guillotina de Louis XVI el 21 de enero de 1793. Un período convulso y abundante en acontecimientos en el que Schoeller se sumerge atendiendo a dos relatos paralelos: la Historia, que se reafirma en los enclaves del poder político, y la historia, que late entre los hombres y mujeres anónimos que participaron en la Revolución.



En poco más de tres años y medio, Francia vivió la Asamblea Constituyente, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el juramento del Jeu de Pomme y la aparición del “tercer estado”, la fuga del rey y su familia de las Tullerías y su arresto en Varennes, la Asamblea Legislativa, la proclamación de la Primera República, la Convención y la ejecución del rey, que dio paso al Terror… Así, cabe afirmar que el principal lastre de “Un pueblo y su rey” es que la condensación de todo ello en dos horas de metraje resulta poco menos que ilusoria si el espectador no posee de antemano algunos conocimientos sobre este período histórico.



Schoeller se ha propuesto narrar todos los hechos de la manera más amplia y horizontal posible. Y finalmente, resulta efectiva su idea de dirimir el relato entre el enfrentamiento de los sucesos políticos y los sucesos populares. Su película se muestra cálida y reivindicativa al mismo tiempo en el dibujo de la lucha que asola las calles parisinas, en la que los más desfavorecidos, los “sans-culottes”, artesanos, obreros y campesinos que constituyeron el grueso de las movilizaciones durante el inicio de la Revolución , viven y mueren en busca de un futuro que los convierta en ciudadanos, y entre quienes el director presta especial atención al papel jugado por las mujeres, activas, pasionales, prestas a la lucha y retratadas con un fervor que el director no vuelca en los personajes masculinos. Esos “sans-coulettes” que demandaban la presencia del rey Louis XVI en París, convencidos del amor que sentiría por su pueblo si viese sus paupérrimas condiciones de vida y que serían, más tarde, los primeros en reaccionar ante la huida del monarca, una fuga que sería el detonante de la hostilidad hacia la monarquía como institución y hacia Luis XVI y María Antonieta como individuos.

Mientras, en las secuencias, quizá más áridas, pero apasionantes, que se ambientan en los escaños del parlamento, Schoeller es riguroso, sólido y minucioso, volcado en un afán de precisión fílmica. Aquí estarán presentes iconos como Danton, Robespierre (un ajustadísimo Louis Garrel, reciente encarnador de Godard en “Mal genio”) y Marat (un demoledor Denis Lavant, actor fetiche de Leos Carax)

Pero, más allá de su sustento dramático, de su clara afiliación a los postulados de la historia frente a la Historia, “Un pueblo y su rey” se erige en un excelente ejercicio de estilo gracias a su aluvión de brillantes imágenes, de alardes de puesta en escena como el que muestra los primeros rayos de sol que bañan a los habitantes de una mísera callejuela en el momento en que caen las piedras de la Bastilla, muro que los sumergía en las sombras. O en la impecable reconstrucción de la ejecución del rey en la Plaza de la Revolución (hoy convertida en la parisina Place de la Concorde). Un momento que Scholler relata en paralelo con una secuencia que muestra el aprendizaje de la fabricación del vidrio por parte de Basile, uno de los jóvenes revolucionarios del que el espectador ha seguido su trayectoria, que lo ha llevado de la inacción a la rebelión. El complicado y delicado proceso se convierte en reflejo de la fragilidad de la monarquía y también la del nuevo Régimen (como enseñó la Historia con la caída de Robespierre y su ejecución el 28 de julio de 1794).

De este modo, “Un hombre y su rey” afronta un complicado envite que resuelve con éxito: mantener el difícil equilibrio entre forma y fondo al ahogar el sentido del espectáculo, pese a tratarse de una superproducción, en favor del rigor y la introspección, y elaborar así una reflexión histórica que debería ser proyectada en todos los institutos.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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