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Ghostland

Terror Una madre y sus dos hijas heredan una casa. Pero en su primera noche, aparecen unos asesinos y la madre se ve obligada a luchar para salvar a sus hijas.
Sobrevivir al horror
Muchos aficionados recordarán cómo, en el año 2008, Pascal Laugier convulsionó el festival de Cannes (e incluso también el de Sitges, un terreno en teoría más afín) con su memorable "Martyrs", cuyo extremo salvajismo fílmico provocó tantos aplausos entusiastas como rechazos viscerales. "Martyrs" es la obra maestra de lo que, en los primeros años del nuevo siglo, dio en llamarse “cine de la crueldad francés”. Un manto bajo el que se acogieron películas de distinto porte y que se deshilachó demasiado pronto, pero que proporcionó filmes tan contundentes como "Alta tensión", de Alexandre Aja, y tan originales como "Frontière(s)", de Xavier Gens.

Laugier tardó cuatro años en dirigir otra película, la estupenda "El hombre de las sombras", en Estados Unidos, en la que se apartaba del sadismo que presidía "Martyrs", aunque no de una construcción dramática abundante en giros de guion. Y ha habido que esperar seis años para su regreso con "Ghostland", en la que Laugier vuelve en cierto modo a terrenos anteriores con unas imágenes cargadas de ferocidad.



El cineasta envuelve este cuento cruel (los villanos de la función serán definidos por una de las protagonistas como “un ogro y una bruja”) en una mezcla de subgéneros de terror en la que caben tanto los ecos del 'giallo' italiano como el 'slasher' o las 'home invasions'. Y que arranca con una explícita referencia a H.P. Lovecraft, con quien marcará cierta cercanía más espiritual que temática. "Ghostland" comienza en terrenos conocidos: una madre y sus dos hijas adolescentes se instalan en una tétrica casa que acaban de heredar. Tres personajes que cargan con ciertas heridas y que parecen buscarse a sí mismos, instalados en una sombría mansión repleta de muñecas y de todo tipo de antiguallas, cuyo interior parece decorado por un enfermo de horror vacui. Desde el primer momento, Laugier muestra sus intenciones: antes de llegar a la casa, en una tienda local, una de las hermanas, amante de Lovecraft y aspirante a escritora, hojea un periódico que da cuenta de las siniestras actividades de unos sujetos que han atacado y asesinado a varias familias. Solo habrá que esperar diez minutos de metraje para que nuestras protagonistas sean las siguientes.

Conviene no desvelar demasiados datos argumentales de la obra, porque Laugier, una vez más, juega con varios giros de guion, muy bien manejados, y zarandea el relato a conciencia para crear un paroxismo de terror y de crueldad que crece según avanza el metraje, estructurado en diferentes saltos temporales que, sin embargo, se mueven en círculos, creando una pesadilla de la que resultará imposible escapar.



Al igual que en "Martyrs", bajo la apabullante violencia que salpica la pantalla, Laugier no ahorra alguna reflexión, como la que atañe a las relaciones familiares: la madre pelea por la vida de sus hijas y una de ellas la abandona; pero se trata de una madre que lanza sentencias apabullantes, como "debería haberte comido mientras vivías conmigo. Así nunca me hubieras dejado". Y también manifiesta dos maneras de enfrentar la vida, la confrontación o la huida, reflejadas en la manera de encarar un trauma atroz como el que supone vivir el despiadado y sanguinario ataque que la familia sufre a manos de los dos sujetos que invaden la casa, dispuestos a torturar y asesinar.

Más allá de algunos lugares comunes y de algunos estruendos musicales que afean sus imágenes, "Ghostland" luce todo un alarde de puesta en escena en el que Laugier se maneja con irrebatible energía. Su cámara exprime los rostros de las actrices y llena de dramatismo cada rincón del siniestro decorado, utiliza los planos picados y contrapicados con encomiable puntería y sabe aprovechar la alternancia de los interiores y los exteriores, entre los que media en muchos casos apenas un leve travelling o una sutil panorámica. Y utiliza el decorado como elemento dramático de primer orden (atención al uso de una máquina de escribir como arma de notoria contundencia).

Por descontado, la película entrega también un festín de brutalidad no apto para todos los estómagos. Claro que no llega a los extremos de "Martyrs" (¿por qué habría de hacerlo? ¿por qué tantos aficionados se empeñan en pedir más y más o en demandar a un cineasta que repita lo que ya filmó?), pero sí se entrega a momentos de barbarie, como la terrorífica escena del obligado maquillaje de una de las hermanas que culmina en una secuencia exasperante por su duración y su encarnizamiento, filmada con un pulso dramático al que pocos directores pueden acceder. Seis años después, Pascal Laugier ha regresado en plena forma y con la mirada afilada. El cine de terror, tan maltratado y sumido en una estandarización que parece cada año más asentada, está necesitado de cineastas tan audaces y libres de ataduras.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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