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Le Mans '66

Drama. Acción Se centra en un excéntrico y decidido equipo americano de ingenieros y diseñadores, liderados por el visionario automovilístico Carroll Shelby (Damon) y su conductor británico Ken Miles (Bale). Henry Ford II y Lee Iacocca les dan la misión de construir desde cero un nuevo automóvil con el fin de derrocar el dominio de Ferrari en el Campeonato del Mundo de Le Mans de 1966. (FILMAFFINITY)
Autoría Vs Industria
Pisar a fondo el pedal del acelerador sin miedo a quemar el motor, cambiar de marcha en el momento preciso, apurar la frenada para arañar unas décimas de segundo al cronómetro, tomar una serie de curvas a una velocidad infernal, aprovechar el rebufo del rival para adelantarle, casi a traición, en la recta final. Todo esto debe hacerse con un dominio sublime de la técnica y de la maquinaria, y con unos reflejos que solo pueden estar al alcance del instinto de supervivencia más afinado. Según cómo se mire, ganar una carrera automovilística es algo muy parecido a una obra de arte.

Hacerlo después de haber estado corriendo ininterrumpidamente durante 24 horas, es una obra maestra. El problema está en que algunas expresiones artísticas no pueden ejecutarse sin determinado apoyo financiero. Hablando en plata: no se puede ganar en Le Mans sin haber invertido antes ingentes cantidades de dinero. O si se prefiere, no se puede hacer una gran película sin una gran productora que respalde el proyecto. Por supuesto, hay seres privilegiados que son capaces de marcar excepciones que, al fin y al cabo, no hacen sino confirmar la regla.



James Mangold desde luego no es uno de ellos, pero la trayectoria que está trazando su filmografía sí que nos habla muy bien de las tensiones que pueden producirse entre las principales fuerzas que a veces deben conjugarse (porque no les queda otra) a la hora de gestar esa proeza (una carrera, una película) destinada a perdurar. Me refiero, por supuesto, a la autoría y a la industria, una relación creativa que puede saldarse bien en colaboración necesaria, bien en tensión insostenible. De esto nos habla, a ratos de manera magistral, ‘Le Mans ‘66’, un drama deportivo en el que la épica se engrandece por las lecturas meta-artísticas que proponen tanto sus personajes como, por supuesto, las situaciones en las que estos se ven envueltos.

Para situarnos, el año es 1963, y el gigante automovilístico Ford está en horas bajas. Los números en las cuentas anuales de ventas se desploman, y tampoco se percibe ningún síntoma de mejoría. La depresión es tal que el heredero del imperio, segundo en su nombre, un iracundo mandamás atocinado en la decadente opulencia sanguínea, decide recurrir a nuevos enfoques. De repente, un iluminado en su consejo de directivos propone llevar la empresa a territorios que nunca antes había explorado; asociarla con aliados que pueden cambiar la imagen de cara a un mercado de consumidores que ha rejuvenecido.



La táctica consiste, básicamente, en juntar destinos con Ferrari, otro sello que no está pasando por su mejor momento, pero que al menos sigue vendiendo al público una imagen de clase y distinción que, a efectos prácticos, puede traducirse en un repunte en el cómputo de ingresos. La imagen convertida en oro, ya se ve: lo llaman cine, también. Pero volviendo a esta historia basada en hechos reales, tenemos a un puñado de egos tan monstruosos, y tan mal gestionados, que evidentemente convierten la posibilidad inicial de colaboración, en una rivalidad que no tendrá ningún reparo en llevar al límite la deportividad prevista en el reglamento.

En la parrilla de salida, así se colocan los coches para la celebración de un “Ford Vs Ferrari” por todo lo alto, título original de esta película, por cierto, y dupla de púgiles en una de las cumbres más impresionantes de la historia del automovilismo. James Mangold plasma el choque en cuestión con un conocimiento de la materia que inevitablemente contagia (en el mejor de los sentidos) tanto a la narración como a la presentación de esta. ‘Le Mans ‘66’ consigue que sus dos horas y media de metraje pasen volando gracias a lo bien acoplada que está la gloria agridulce de la gesta competitiva en el aparato cinematográfico. La película nos sitúa en una época que, dentro del mundo del deporte, es prácticamente mítica.



Cuando las carreras eran sexys, se entendían a través del carácter indomable de los pilotos y eran motivo de orgullo o frustración nacional. James Mangold, más que solvente en la filmación de esa adrenalina que se desliza sobre el asfalto, no desaprovecha ninguna ocasión para demostrar que se siente a gusto carburando a 7000 revoluciones por minuto, confundiendo el carácter orgánico o mecánico de una válvula, y estremeciéndose de puro gusto al oír el rugido de un motor de rendimiento optimizado. Para todo lo demás, está la pareja, rápida y furiosa, compuesta por Christian Bale y Matt Damon. El primero con acento británico, el segundo con fuertes dejes tejanos; ambos magníficos en la encarnación del carácter bicéfalo que eleva al conjunto. ‘Le Mans ‘66’ es, al fin y al cabo, una vibrante (y a ratos incluso apasionante) crónica de dos maneras de entender y a de acercarse a la misma línea de meta.

El Ford contra Ferrari con el que partimos evoluciona rápidamente en un intenso diálogo entre la cantidad y la calidad, entre la producción en cadena o la artesanal, entre la cobardía conservadora del comité y las sublimes pulsiones suicidas del genio. Autoría Vs Industria: Ken Miles visto como ese cineasta insobornable con respecto a sus brillantes (y peligrosos) principios, Carroll Helby abordado como ese productor sensible a las inquietudes artísticas... pero también como enlace a Henry Ford II, el gran capital, ese Diablo en potencia con el que, nos guste o no, a veces se tiene que pactar. Dirige James Mangold, quien viene de firmar ‘Logan’, una de las pocas superhero movies con rastro autoral. Produce 20th Century Fox, que viene de ser engullida por Disney. Tanto fuera como dentro de la pantalla, es todo tan redondo que asusta, y desde luego, emociona.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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