Es tan mala que me hace arrepentirme de haber puesto la nota más baja a otras películas (incluidas El Patriota, Noé o Tienes un E-mail).
Es tan mala que necesitaba escribir sobre esta horrible sensación.
Es mala con avaricia, con gula, con envidia, con ira, con pereza, con lujuria y con soberbia.
Y es que no se salva absolutamente nada. Ni interpretaciones ni cámara ni diálogos ni maquillaje ni efectos especiales ni música ni sonido ni decorados ni las pistolas de juguete ni los cerebros de plastilina ni las caretas de monstruo del todo a cien.
Hasta los clichés son de vergüenza ajena.
Y lo peor de todo es que ni siquiera se puede valorar que sea en tono cómico. Lo más terrible es que es un intento de americanada hortera de acción. Como un intento de homenaje a la esencia de la cutredad.
Sí, pude dejar de verla, y no lo hice. Pero es que creo que permanecí en estado de shock durante todo el visionado.
Inglorious Basterds se estará retorciendo en su tumba.

No voy a deleitarme ni debatirme entre asuntos a los que ya se han dedicado, más o menos acertadamente, otras personas.
Está claro que es una gran película. Que, tanto en su forma como contenido, se aprecia un interesante y esmerado trabajo.
Sí que me gustaría destacar la actuación de Antonio de la Torre, no en vano, el actor que a más premios Goya ha estado nominado (aunque sólo se haya llevado dos hasta la fecha), sin menospreciar en absoluto el resto de interpretaciones.
También he de mencionar sin falta la destacable labor de maquillaje.
Y una vez hechas estas apreciaciones de rigor, me gustaría ahondar un poquito en el propio título de la película.
El final es lo que me ha llevado a la idea de que esa trinchera de la que se habla no es la tangible, la física, esa en la que hemos acompañado durante casi dos horas y media a un Higinio víctima de la guerra y la dictadura.
La trinchera infinita de Higinio es el miedo. Como la trinchera infinita de Gonzalo es la venganza. Como la trinchera infinita de Rosa es el amor y la sumisión. Y como la trinchera infinita de Jaime es la mentira que lo ha acompañado toda su vida.
Cada cual tiene su propia trinchera infinita, de la que es esclavo o esclava; en la que se recrea y a la que se acostumbra hasta convertirla en parte de su vida, a veces, sin ni siquiera ser consciente de ello.

Pues tengo que reconocer que he disfrutado esta serie como una niña pequeña.
Bueno, no se la pondría a mis hijxs (ni a lxs vuestrxs), pero la verdad es que sí se la recomiendo a cualquier friki del anime con conocimiento de causa.

Es curioso que sea precisamente la primera temporada, la serie original en su esencia, la que menos me ha fascinado así de primeras.
Está bien, obviamente, si no no me habría enganchado, y es imprescindible, pero es increíble como la segunda temporada (Kuroshitsuji II), el Book of Circus (historia paralela) y el Book of Murder (Ova) la engordan y enriquecen a la perfección.

Los dibujos son geniales, las historias y tramas realmente ingeniosas y los personajes, que además son un montón, son todos adorables (u odiosos, pero molan). Desde los Shinigamis (dioses de la muerte) con sus peculiares “guadañas” personalizadas; unos ángeles bastante perversos; otros demonios que, sin embargo, no lo son tanto, creo; los miembros del circo de la historia paralela, que son entrañables (a pesar de los pesares), y los sirvientes, criadas y mayordomos, la alegría de la huerta.
Además, muchos de los ellxs juegan con todo tipo de ambigüedades que les aportan cierto toque extra de misterio y curiosidad.

La relación entre los dos protagonistas principales también es especialmente misteriosa y ambigua, pues a cada momento te puede evocar sentimientos muy dispares, desde la típica y oscura dependencia de una relación BDSM, (donde nunca queda muy claro quién domina a quién), hasta cierto vínculo paterno-filial, o incluso romántico.
Eso sí, siempre desde la más respetuosa sutileza y elegancia. Al fin y al cabo, uno de los protagonistas es un chico de 13 años...
Y es que los niños y niñas en esta historia cobran buena relevancia, aunque a veces resulte más que cruel.

Todo ello ambientado impecablemente en la Inglaterra victoriana y sacando jugo a personajes y acontecimientos relevantes del momento. Con ese exceso tan característico del romanticismo y el gótico en infinidad de ámbitos y pasajes, y representados en múltiples detalles a lo largo de los capítulos y la historia.

Y, como no, cuando en una atmósfera tan oscura y solemne, de pronto te salen con coñas imposibles, pues la verdad es que se potencia el humor, por lo que también me he echado mis buenas carcajadas. Así que, en general, un coctel más que apetecible.

Muy atrevida me pareció Sophia al versionear una obra de las características de El Seductor (The Beguiled) 1971.
Sin embargo, creo que ha acertado.
Y creo que ha acertado porque le ha dado un giro más que interesante, especialmente en los tiempos que vivimos, a los estereotipos de género.

A mí me fascinó la película de Don Siegel y, sin duda, la mejor interpretación que yo haya disfrutado de Clint Eastwood.
En el clásico, el director nos muestra al protagonista, un soldado yanqui malherido que es acogido en una escuela de señoritas sureñas, como ese animal acorralado que, viéndose en el peligro inminente de estar indefenso y dependiente ante el bando enemigo, despliega todas sus habilidades de seducción y embelesamiento como método de supervivencia, para no ser entregado.
En ningún momento sabes a ciencia cierta cuánto de lo que dice es en realidad sincero, a ninguna de las mujeres que conviven en aquella casa.

En esto Sophia ha sido bastante fiel.