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Críticas de Marylebone
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de mayo de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no logra alcanzar el nivel de genialidad con que Terrence Malick admiró en El Árbol de la Vida, To the Wonder vuelve a ser un regalo para los amantes del cine y de todo lo que éste lleva implícito.
Es cierto que mucho de lo que vemos en el último trabajo del estadounidense nos suena y se nos parece a lo anterior, pero precisamente a causa de esto podemos hablar de un fenómeno cada vez más inusual: el sello propio conjugado con la autenticidad.
Notable ejercicio de aproximación emocional al arte de hilar secuencias, To the Wonder nos mece suavemente en un recorrido acostumbrado por las pasiones humanas.
Hermosa fotografía condensada en potentes imágenes que penetran en nuestra retina y tratan de hacernos comprender el origen, desarrollo y ocaso de lo único que supuestamente nos mantiene vivos: el amor.
De amor y desamor, de esperas largas y silencios, de promesas nuevas y rotas esperanzas, la traición y el riesgo de sentir demasiado, el despecho cruel.
Y una lágrima que se escapa ante quien comprende que lo que anhela se pierde entre sus dedos, como finísima e incontenible arena que se marcha con el viento.
También observamos la soledad de los que creen y han hecho del creer el sentido de sus vidas en la figura de un Javier Bardem meditabundo. La seguridad de la impermanencia que desbarata toda ilusión naciente, como si lo bello y lo bueno no pudiesen también ser eternos.
Asistimos sobrecogidos a la concatenación de caricias en una pantalla, de palabras que todos sabemos pronunciar y son momentos importantes cuando nos decidimos hacerlo.
El espectador puede recordar el día en que sintió el cuerpo del ser que amó aproximarse al suyo y cómo cada célula que lo conformaba se estremecía en el tacto con el otro.

Cuando miraste otro rostro y supiste que la soledad había terminado, que ya no habría más naufragio ni más miedo porque en sus ojos se hallaba el último de tus puertos. Si reconoces esa tierna sensación de confiar tu alma y tu desnudez a otro que empieza a ser casi tú, de asir su mano en busca de sostén y protección, de ser todo lo valiente que puedes ser porque el mundo recobra su sentido si esa persona se encuentra cerca y sabes que no existe el desamparo.
El tiempo breve de la exaltación que se comparte reflejado en la potente metáfora del carrusel que gira, que viene y va. Que sube y que baja.
Como una marea que se aproxima y humedece tu cuerpo para después envolverse en sí misma de nuevo.
Así es el amor.
Imposible, mutante, etéreo, escurridizo, generoso, loco, magnético, bipolar, delicioso, envolvente, irrepetible, desconocido, ardiente, doloroso, dulce, melancólico, imponderable.

La historia de amor entre los personajes interpretados por Ben Affleck y Olga Kurylenko es el eje central de la película.
Una historia de amor que se inflama y se agota, con sus idas y venidas, despedidas y reencuentros, mañanas tristes mirando al techo, una bola de cristal que gira sobre sí misma como un corazón que baila con su estrella hasta enmarañarse, una amiga que rompe cadenas, las cadenas que no quieres que se rompan, la tentación en el otro, la ilusión del principio y la desilusión del final.
Sobresaliente la conclusión del personaje interpretado por Olga Kurylenko cuando ya todo hubo transcurrido, al recuperarse a sí misma y decir “gracias” a todo lo pasado y vivido.
Parece más fuerte, crecida y experimentada. Sabe hacia dónde camina y camina decidida. Sus ropas están cubiertas de lodo, pero su sonrisa semeja más sincera que nunca.

Merece especial atención el papel de Rachel McAdams.
Ella, vulnerable y temerosa hembra que arrastra una enorme pesadumbre y se lanza al vacío de un amor no correspondido…cuestionando ya sola en una casa que no es la de ella si todo lo que hubo no fue más que una mentira.
Despechada, rabiosa y sollozante entre campos dorados, la mujer que pretende darse por completo se topa con el muro de la insensata realidad. Y se adormece en una especie de desconcierto, en un letargo sombrío que subsigue al esplendor de los amaneceres contemplados.
No sabremos si volverá a confiar, si deseará de nuevo ser la esposa de alguien, si volverá a pronunciar un “te quiero” tan puro como el de entonces.
Bella y frágil. Fugaz y conmovedora. Todo en ella queda en suspense, en un interrogante incierto que no se extinguirá jamás para el que observa su caída.

To the Wonder equivale a inteligente belleza, delicadeza sublime, poética inabarcable, reconfortante sensación de que lo humano es retratable y comprensible…en danzas lentas de ligeros vestidos, colores y vuelos de audacia, la película nos consuela y estremece, nos abriga y nos desnuda, nos aproxima al sentir más puro, nos permite reflexionar con libertad y nos ofrece una certeza que confiere el sentido máximo al metraje.
Y esa certeza es que tú, al igual que yo y que todos los demás…amarás.
Marylebone
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7
2 de abril de 2013
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada en el apacible y melifluo comienzo de Eden Lake (2008, James Watkins) hace presagiar el angosto túnel de barbarie humana que el avance del metraje traerá consigo.
Inevitable para el que observa y capta el enredo ulterior no caer en una asociación directa con El Señor de las Moscas (1963), adaptación de la novela homónima del premio Nobel de literatura William Golding.
Eden Lake va hilando con tiento y sin pausa un enjambre de emociones tan inarmónicas como amargamente reales.
Todo comienza con la ilusión de una pareja enamorada. Dos seres humanos colmados de esperanzas, ternuras, afectos y proyectos comunes. Nada puede rezumar más candor y puerilidad que la imagen idílica de él y ella juntos, dedicándose miradas insondables y ambos esperanzados con un prometedor fin de semana alejados de la cotidianidad.
Llegan a un paraje idílico regado por un prístino lago. Será el horizonte lo único mirífico y sosegado de la travesía por Eden Lake.
La pareja no está sola.
Un grupo de adolescentes se dedican a hostigarlos y a vapulear sus expectativas con crueldad extrema…un poco jugando a quién es más valiente que el vecino, un poco por contagio y otro poco quizás porque sí.
Eden Lake enuncia la dualidad, dicotomía o ambivalencia que habita en la naturaleza humana.
Advertimos remordimientos, odio, amor, venganza, pánico, impotencia, escrúpulos, dolor, redención, sumisión, rebeldía, perdón, sadismo, impiedad, fortaleza, muerte y supervivencia, dudas y revanchas proporcionales a tamaña turba de sinrazón que azota nuestras retinas.
Eden Lake habla de injusticias injustificadas y de injusticias defendibles.
En cualquier caso, todo el tiempo nos está hablando de injusticias.
Desgarradora, angustiosa, hipnótica. Un pulso constante entre las propias controversias, una apuesta persistente sobre los límites inherentes y ajenos.
Y tras los créditos que dan término al filme te quedas reflexionando hasta qué punto puede una persona buena convertirse en mala y hasta qué punto puede una persona mala serlo todavía más.
¿Dónde está el límite entre la benignidad y la depravación, entre los actos viles encubiertos de buenas intenciones y los que acontecen de forma opuesta?
Profundo y persistente es el dilema moral que rubrican estas breves vacaciones en tu conciencia. Tan sórdida como cautivadora.
Marylebone
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