La última película de Woody Allen le reconcilia con el espectador no incondicional de su filmografía que llevaba viendo, trabajo tras trabajo, ejercicios ingeniosos y anodinos que iban perdiendo interés al aumentar su cantidad.
La adopción de Londres como sede de su nueva historia es sólo uno de los muchos soplos de aire fresco que se pueden apreciar aquí. La profundidad de los personajes polifacéticos, el tono por el que opta y las referencias sugeridas (me atrevo a destacar a Shakespeare por lo evidente), se unen a sus habituales: narración de diálogos, planos de interiores, recorridos turísticos y limpieza de factura.
Por ello recomiendo la visión de un autor reconocible en una historia mucho más completa que las abordadas hasta ahora.