La cinta es dulce, amarga, desgarradora para los ojos y el sentir del espectador. Es una inmersión en la cultura gitana sin paliativos. Aborda el machismo imperante y dominador, las costumbres, la picaresca, el lenguaje, la música, el culto y un modelo de vida enfocado a pedirte, tener hijos y adecentar tu casa. En esa atmósfera de pintarse el morro por obligación se cuela la historia de amor de dos jóvenes que hicieron algo prohibido en la ley gitana no escrita, tener el mismo sexo. Sensual, divertida, necesaria.

La mejor representación en la gran pantalla del clientelismo en la política nacional. Sorogoyen dibuja, con un preciso y delicioso manejo de la imagen, el retrato más lúcido sobre la corrupción en un largometraje español. Todo parece fresco, medido, cuidado. Un filme que se define tan real que asusta a los entresijos morales del espectador. Una historia de caídas y traiciones con un Antonio de la Torre que eleva su interpretación al máximo exponente. Frenética, acertada, esclarecedora.

Afal es un documental sincero, completo, libre como la mirada de aquellos fotógrafos que decidieron crear una revista que se convirtió en referencia nacional e internacional. A través del metraje vemos una sucesión de testimonios de grandes fotógrafos que utilizaron la revista Afal como eje de comunicación entre ellos, sin duda la mejor vía para educar al ojo. Con recursos gráficos magníficos y una voz en off que se erige en el altavoz de la propia revista, Alberto Gómez Uriol consigue reconstruir la historia desde una mirada honesta con un especial reconocimiento a José María Artero García y a Carlos Pérez Siquier. Afal es la poesía de la fotografía de la mitad del Siglo XX. Una historia del pasado muy necesaria para nuestro presente.