Esta es la situación de Sophie, en el día de su cumpleaños, tras años preguntándose por qué su padre se suicidó dejándola sin explicación aparente, decide revisitar los vídeos que grabaron durante un viaje de vacaciones a Turquía, la última vez que estuvo junto a él. En ellos hallará la verdad, que cuando niña, no supo ver y que ahora más madura, comprende y entiende.

El metraje transcurre de manera lenta, pero no tediosa, dando tiempo para construir la relación padre-hija, y avistemos las emociones de ambos, llenándose de detalles que seremos capaces de entender conforme avanza la película.

Por un lado, la historia de Sophie, que bien podría ser una coming of age, con una niña llena de vida tratando de descubrir y sentir el mundo que le rodea, con todo el tiempo del mundo en sus manos.

En contraposición, la historia de Calum, una de depresión, llena de tristeza tratando de mantenerse a flote con 100kg atados a su pierna que lo arrastran a lo más profundo del océano, mientras intenta darle las mejores vacaciones posibles a su hija, con todo el amor de su corazón. Un padre prematuro, sin dinero, sin nadie en quien apoyarse de verdad, que siente la mayor de las soledades, con el sentimiento de pertenecer a ningún sitio, refugiándose en el tai chi como último salvavidas, tratando de buscar algo que lo haga emerger, sintiendo como el tiempo se le agota con cada cumpleaños.

Los actores, pletóricos, transmiten a la perfección todas las emociones, con cada mirada, cada pequeño gesto, esos esbozos en sus rostros, en los que cada diálogo está interpretado con suma delicadeza.

En cuanto a la dirección de Charlotte Wells en su ópera prima, es sensacional, logrando captar con acierto lo que es un recuerdo. Para ello utiliza los vídeos grabados como base, para llenar el resto con su memoria, con sus recuerdos, que a veces parecen claros; otras en los que solo se rememora una mano, un roce, un gesto; otras veces parecen reflejos, otros que son borrosos, en los que solo vemos una silueta en la oscuridad. Porque así es la memoria, difuminada, difusa, que aparece como flashazos en nuestra mente.
En la película cada detalle está pensado y medido, desde esas secuencias que aparentan carecer de sentido, a las canciones utilizadas en las que la letra refuerza el mensaje que se quiere transmitir. La belleza de cada imagen y diálogo hacen aflorar suavemente todas las emociones, nos embriaga. El retrato tan hermoso de unas vacaciones que cualquiera podríamos haber vivido en nuestra niñez.

Destacar la escena en la que Calum, tras que su hija le haya cantado feliz cumpleaños junto al resto de los viajeros, llora desconsolado y solo, viendo como el tiempo se le pasa y no siente que tiene el control de su vida. En ella la directora sitúa al actor desnudo, porque es la primera vez que se le muestra al espectador ese sentimiento de tristeza real, siendo conscientes del todo de esa emoción, y de espaldas, para recordarnos que nadie está percibiendo cómo se encuentra, nadie en quien se pueda apoyar, nadie que pueda ver el rostro que esconde.

La película es un viaje al pasado, uno de introspección, en el que Sophie descubre la máscara que su padre llevaba durante ese viaje y la situación por la que pasaba.
Todos hemos estado en esa situación en la que pensamos que a nuestros padres no les puede pasar nada, porque simplemente son los padres y lo tienen todo bajo control, pero vamos creciendo y nos damos cuenta de que no es así, de que simplemente están simulando saber lo que hacen, mientras la situación los desborda. Y nosotros inocentes, no somos capaces de verlo hasta ya pasado un tiempo, en el que nos encontramos en su misma circunstancia y comprendemos su viaje, aunque nunca les lleguemos a conocer del todo.