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Críticas de Pepe Alfaro
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Críticas 98
Críticas ordenadas por utilidad
7
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hace tantos años el cine de animación conformaba una porción mínima entre la avalancha de estrenos que cada temporada llegaba a las pantallas, tanto a nuestro país como al resto de este cada vez más globalizado mundo. Además, aquella pequeña parte del pastel estaba reservada en exclusiva para las periódicas entregas procedentes de la factoría creada por una especie demiurgo llamado Walt Disney, que había dejado un influyente legado casi intratable.
El imparable desarrollo de las técnicas de animación digital ha provocado una eclosión de artistas, muchos de ellos surgidos de los estudios Disney, que conformaron pequeñas compañías cuyo éxito, a su vez, ocasionó que fueran fagocitadas por la gran industria, nunca dispuesta a compartir su monopolio industrial. Este fue el periplo de Blue Sky Studios, adquiridos por la Fox en el año 1997, y que le ha reportado incontestables éxitos como La Edad de Hielo, Robots y Río. Detrás de todos estos títulos figura un genio de origen brasileño llamado Carlos Saldanha, verdadero taumaturgo en la plasmación fílmica de los sueños y las fantasías más alucinantes e imaginativas.
El incontestable éxito de la historia de un guacamayo azul que se cree el último de su especie le permitió regresar a sus orígenes brasileños, hasta Río de Janeiro. Y de ahí a la selva amazónica en esta segunda entrega titulada miméticamente Río 2. El gran acierto de Saldanha consiste en articular un cuento pleno de colorido y ritmo con un virtuosismo narrativo al servicio de una historia no exenta de tópicos argumentales que se quedan en segundo plano. Es difícil sustraerse a las temáticas ecologistas (simplistas) más trilladas cuando se trata de la selva amazónica, y los personajes humanos son precisamente los que resultan menos sugerentes, pero el resto de fauna pajarera, por otra parte ejemplares reconocibles del carácter de las personas, destilan imaginación a raudales. Asimismo, la selva se transforma en un protagonista fascinante, monumental y de singular belleza para colorear la pantalla.
Aparte de la historia, los personajes, la riqueza visual y el ritmo narrativo, el otro pilar que sustenta y envuelve de manera relucida la segunda entrega de Río es la ambientación musical. Desde la primera escena, ambientada la fiesta de Nochevieja en Copacabana, el barrio más famoso de Rio de Janeiro, los ritmos tropicales, servidos por los compases de John Powell (quien repite tras el Óscar por la partitura de la primera entrega), Sergio Mendes y Carlinhos Brown, atrapan inevitablemente a los espectadores en un limbo de imágenes y sonido, donde no faltan las referencias más populares, como esa simpática versión del éxito I will survive, que popularizara la gran Gloria Gaynor hace treinta y cinco años. La música se completa con unas vertiginosas coreografías que beben indisimuladamente en las fuentes más clásicas del gran musical, precisamente en los orígenes del primer coreógrafo recordado por el público, Busby Berkeley, creador de unos efectos caleidoscópicos que en su momento supusieron un avance que sólo buscaba el efecto visual en la retina del espectador. Una recomendación: si es posible no dejen de ver la película en 3D; en este caso, está más que justificado recrearse en unos efectos tridimensionales convenientemente plasmados, el único peligro (virtual) es que algún pájaro picudo pueda sacarnos un ojo.
Finalmente, se hace necesario romper una lanza a favor del cine de animación, donde últimamente parece haberse refugiado la mayor parte del genio narrativo de la industria de Hollywood, debido a las ilimitadas posibilidades de un género que atraviesa el mejor momento de su historia. Debemos superar los prejuicios y las etiquetas de “cine infantil” o “cine familiar” que en demasiadas ocasiones adherimos a este tipo de películas, y que un tanto injustamente condicionan la posibilidad de disfrutar de una historia por encima de cualquier formulismo simplista. No en vano, la animación anida masivamente en todas las películas de acción repletas de superficiales escenas creadas por la división de efectos especiales. ¡Puro cine de dibujos animados!
Pepe Alfaro
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9
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay infinitas variables que confluyen en el resultado de una obra cinematográfica tan necesaria como fundamental en estos primeros devenires del siglo veintiuno. Los gustos personales de cada espectador están conformados por cada uno de los posos de nuestras experiencias vitales, sociales y culturales; por ello las películas que reflejan desde cualquier punto de vista los valores o las miserias de este mundo, a veces perturbador y en ocasiones quimérico pero siempre sorprendente, conforman el ámbito de las obras maestras que nos ha legado el séptimo arte.
La última película de Martin Scorsese es una certera radiografía que nos acerca a los valores que impulsan a la sociedad actual, donde el único objetivo es ganar dinero, muchísimo dinero, de la manera que sea, sin ambages morales. Subirnos a esa especie de tobogán portentoso que el director nos propone supone acceder a un mundo poblado de personajes tan grotescos como creíbles, tan desalmados como reales. La gran pena es que esas criaturas, magníficamente personificadas por Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Matthew McConaughey o Jean Dujardin, entre otros, no son caricaturas, son la perfecta encarnación de la estulticia moral implantada por nuestra vergonzante sociedad; este planeta donde las 85 personas más ricas aglutinan tanto patrimonio como la mitad de la población mundial más pobre, es decir, 3.570 millones de personas. Dicho de otra manera, la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1 por ciento de la población, que encima la tiene custodiada en paraísos fiscales.
La acción de El lobo de Wall Street se desarrolla en Estados Unidos durante la última década del siglo XX, cuando un grupo de jóvenes ambiciosos y sin escrúpulos capitaneados por Jordan Belfort engañan a pequeños ahorradores vendiéndoles valores que no valen ni el papel que acredita su posesión. Sabían perfectamente lo que hacían y por qué no le colocaban esta basura a los grandes inversores o a las corporaciones importantes, como queda patente en un momento de la historia. En nuestro país estos bonos se llamaron eufemísticamente “preferentes”, y esa quizás sea la mayor diferencia entre ambas mercaderías; bueno, también que Belfort montó su chiringuito al margen de las instituciones y que al final acabó condenado a devolver unas decenas de millones y en la cárcel. Pero las analogías son mucho más próximas como atestigua el gusto por los coches de lujo (Ferrari o Lamborghini), los placeres caros (caviar o coca) o las estrambóticas monterías (de caza o de sexo). Por lo demás, y según parece, una parte del capital usurpado acabó barcenizado desde algún banco de Suiza.
La película está basada en las memorias del propio Belfort, lo que permite a Scorsese, con el asenso del extraordinario (solo en alguna ocasión algo desmedido) guión de Terence Winter, buscar la aquiescencia del espectador a través de la mirada a cámara de su protagonista, en un intento por acercar algo de empatía a su desvergüenza, lo que por otra parte no atenúa su carácter emético. Este es uno de los múltiples recursos narrativos desarrollados por el realizador italo-americano para transformar un film de tres horas de duración en un vigoroso caudal visual al servicio de una historia de nuestro tiempo, vigente, actual y real como la vida misma, aunque se trate de la vida de ese uno por ciento de la humanidad, deshumanizado por efecto de la droga más potente que al parecer existe.
Pepe Alfaro
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7
4 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El terror no es uno de mis géneros favoritos, pero reconozco el acierto del director Paco Plaza, un especialista en adentrarnos en nuestros temores más cercanos y cotidianos, al recrear ciertos aspectos "oscuros" de la sociedad española de hace veinticinco años. La película empieza como un relato social, sin apenas necesitar el uso de elementos fantásticos, en la presentación de los personajes y en planteamiento argumental, con alguna pequeña laguna narrativa, que acaba recuperando el interés de los espectadores en la parte final, consiguiendo un resultado sorprendente con tan limitados mimbres. Recomendable.
Sorprendentes las creaciones de los niños, especialmente la madurez que demuestra la principal protagonista Sandra Escacena. Habrá que estar atentos a esta niña.
Pepe Alfaro
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6
24 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la singular revisión del cuento de Blancanieves, con algunos momentos fascinantes en su re-lectura adaptada a nuestros tópicos, esperaba esta nueva película de Pablo Berger con una cierta expectación que sin duda ha incrementado mi decepción. El director demuestra que conoce el oficio y sabe contar una historia. El principal problema es que en esta ocasión el guion que sustenta la historia se va desinflando progresivamente y no acaba de recuperar la atención. Y eso que el comienzo, con la presentación de unos personajes de tintes berlanguianos, resulta cuando menos esperanzador, pero cuando el toque social, irónico y crítico, deriva hacia unos derroteros más cargados de un aura fantástica la película dilapida definitivamente el interés para terminar confundiendo al espectador que acaba sin entender lo que se está intentando contar. Al menos yo (tampoco Blanca) he conseguido entrever la posible magia que destila la palabra "Abracadabra".
Definitivamente, no puedo comprender cómo la Academia de Cine española ha podido elegir este título entre los tres mejores del año para competir por el Óscar.
Pepe Alfaro
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7
22 de marzo de 2018
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fernando Colomo (Madrid, 1946) fue uno de los cineastas que hace cuarenta años retrató en sus primeras películas ese movimiento cultural y social conocido como “movida madrileña”. Gracias a títulos como "Tigres de papel" (1977), "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?" (1978), "La vida alegre" (1987) o "Bajarse al moro" (1988) su carrera profesional, casi siempre sin salir del género de la comedia, ha tenido cierta continuidad, aunque últimamente parecía haber tocado fondo. Hace un par de años se jugó su profesionalidad (y su dinero) con una película que también protagonizó titulada "Isla bonita" (2015), cuyo reconocimiento le ha permitido prolongar su carrera y abordar un proyecto mucho más ambicioso (en términos de producción) destinado a convertirse en una de las comedias españolas del año.
Lo primero que destaca de "La tribu" es que cuenta con un efectivo guion, firmado por Joaquín Oristrell y Yolanda García Serrano con la colaboración del propio realizador, que confeccionan la arquitectura sobre la que sustenta la composición de los personajes, muy bien resueltos por dos de los actores más en forma entre los comediantes de nuestro cine, Carmen Machi y Paco León, interpretando a una madre y un hijo que se conocen en el momento en que el retoño pierde la memoria, tras separarse al nacer. Partiendo de una anécdota real, el filme se sirve de un argumentario que no falla, cuenta la peripecia de un grupo de amas de casa, en mayor o menor medida ninguneadas familiar y profesionalmente, que encuentran a través del baile el camino para realizarse y dar sentido a su opaca existencia. Justo lo que hacía el grupo de “Las Mamis”, soporte vertebral de la película, formado por diez talluditas mujeres badalonenses dispuestas a bailarse la vida divirtiéndose en el propósito.
Desde el primer minuto, a ritmo de reggaetón, Colomo nos sube a su cámara, cargada de energía y que sabe adaptarse a la historia con una vitalidad impensada para el veterano realizador, casi el único de su generación que permanece en activo en nuestro país. La tribu nos canta la que puede llegar a convertirse en la canción del verano: “El hombre lapa”, irónica, ingeniosa, jovial y divertida a partes iguales, casi como la propia película, que no admite ranuras al aburrimiento en ningún momento del metraje. Aunque no estemos ante un título para recordar, cumple a la perfección su función de puro entretenimiento, y lo único que se echa en falta es mayor incisión satírica (entendible por otra parte ya que el proyecto está respaldado por alguna productora televisiva), especialmente cuando centra la mirada en los programas de tele-basura dedicados a mostrar las capacidades “artísticas” más inauditas de la gente corriente, aunque al final los manipuladores personajes dedicados a fabricar este alimento fétido y amarillento para sus audiencias son los peor parados del divertido retrato que ofrece "La tribu". Por cierto, no sé quién se ha encargado de realizar el tráiler de la película, pero en lugar de llamar espectadores, más bien produce el efecto contrario.
Pepe Alfaro
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