Mata Hari es Greta Garbo, la esencia de esta película. Su presencia ilumina y da razón de ser a una historia, que sin ella, hubiera sido discreta. Cuando entra en escena los demás personajes quedan en penumbra, y es que la Garbo poseía un magnetismo especial, un atractivo por encima de la belleza y la femineidad; algo de animal exótico que promete con sus gestos, parpadeos y sonrisas experiencias únicas e inolvidables.

La azarosa vida de la danzarina espía es de todos bien conocida. Nada nuevo se nos cuenta, pero es difícil que alguien pueda dar tanta verosimilitud al personaje de la holandesa errante. Su capacidad de enloquecer a los hombres que frecuentaba, militares la mayoría de ellos, la ayudaba en sus supuestas pesquisas. También indudablemente ayudó a Greta Garbo en su transformación de Mata Hari su aproximación histórica, ya que la película es del 1931 y los hechos que se relatan del 1917.

Los tics del cine mudo pueblan la acción y los castísimos besos y achuchones rebajan y ridiculizan la realidad seductora de una mujer pantera. Pero hay que entender el contexto hipócrita, tras los salvajes años 20, en que se desenvuelven actores y director.
Apreciable, para mí, el hecho de que llueva en el trascurso del metraje. Tengo debilidad por la lluvia dentro del cine ( y no me estoy refiriendo a las goteras).