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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
6
Terror Paxton y Josh, dos jóvenes universitarios norteamericanos, recorren Europa con sus mochilas y con Oli, un islandés que se les une por el camino. En Amsterdam conocen a un joven que les dice que en cierto lugar de Eslovaquia están las chicas más guapas que puedan imaginar. Así que los tres viajan en tren hasta Eslovaquia, donde conocen a Natalya y Svetlana, dos exóticas bellezas por las que se dejan atraer para acabar atrapados en un ... [+]
4 de enero de 2007
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo el 12% de los norteamericanos posee un pasaporte. El mensaje transmitido por Bush de que el mundo les odia alimenta una paranoia colectiva a través de la cual se describe Eslovaquia y se alude al gonzo.

Cabin Fever era la desesperada lucha de un grupo de amigos por sobrevivir cuando descubren que una bacteria con ganas de marcha les acecha en una cabaña en medio de las montañas. No pasaba de ser una indigesta miscelánea de referentes clásicos (Posesión infernal, La cosa, The Blair Witch Project, La matanza de Texas…), pero la propuesta al menos se alejaba de las directrices marcadas por Hollywood. Gracias a que Tarantino pasaba por allí (de espectador ha pasado a productor amiguete tipo Santiago Segura), Eli Roth sigue ahondando en el género.

Dispone Hostel de dos partes claramente diferenciadas. La primera es prescindible. Sus protagonistas – genéricos y predecibles -, dado su forzado entusiasmo, resultan irritantes en su búsqueda hedonista, y lo que es peor, no inspiran ninguna lástima o simpatía. Lenta y aburrida, los clichés son instantáneamente reconocibles y la labor de los actores es mecánica y extraplana. Prueba de que no les engaño es que la bacanal de cuerpos esculturales se convierte en el punto de mayor interés narrativo.

En cambio, la segunda parte, con nuevos bríos, bien merece haber pagado la entrada. La carga moral y el gore se dan la mano, el preadolescente deja de serlo, y el talento de un obvio aficionado a la vieja escuela (Carpenter, Raimi, Romero…) se revela en materia de sangriento suspense. Se pulsan los límites, se nos lleva a territorio oscuro, y las expectativas son saciadas. Es aquí donde entran en juego conceptos como el de la vida barata, el descontrol caro, el turismo sexual, la hospitalidad de los anfitriones, la mirada de un norteamericano a un mundo exterior deseado y temido, o la decadencia de la vieja Europa. Los prejuicios y arquetipos del imaginario colectivo juegan a entrelazarse como en un viaje Erasmus, y a partir de una situación artificial, se construye un itinerario que pone a prueba la naturaleza de lo real (Amenábar lo entendió muy bien en Tesis). La mezcla de sugerente imaginación y explicitud juegan a la depravación, se prescinde del susto fácil, se economizan las náuseas y el propósito de cacería humana resulta efectivo. Un catártico túnel del horror (y de la risa) da paso a una brutal amoralidad en su desenlace. Y es que en el fondo, los polvos guarros grabados con la cámara de los móviles no distan mucho de las palizas a indigentes grabadas por las generaciones que vienen, la violencia escolar degenera en una pandilla de niños malditos no muy alejada de Los niños de la estación de Leningradsky, y el Cache de Haneke o el Demonlover de Assayas no difiere mucho de la gozosa brutalidad de Miike (Audition, Ichi the killer).
La Maga
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