Pese a que nadie la colocaría entre las mejores obras de su generalmente admirable filmografía, me gusta la útlima película de Clint Eastwood. Había leído algunas críticas negativas pero que parecían discutir más el contenido sobrenatural que otra cosa, y eso me hacía pensar que a menos que se le fuera mucho la mano con el tema, estaría bien. Y sí, me convenció.

Una película que contada a su manera, sin prisas, consigue no aburrir en absoluto y hace que estés engachado a los devenires de los tres personajes de las otras tantas historias que se nos narran en paralelo, localizadas en tres ciudades diferentes como Londres, París y San Francisco. Un tono melancólico del que el viejo Clint no abusa y un estilo reposado y sereno ayudan a su disfrute y a que acabe convenciendo, al margen de que los temas esotéricos interesen más o menos.

Ah, y me ha gustado mucho el plano de la gorra del niño en el colegio (quien la ha visto sabe de qué hablo); Eastwood, haga lo que haga, y toque el tema que toque, siempre se las arregla para ofrecer sus interesantes, apreciables y agradeciblemente incisivos recaditos.