Desde una de las primeras escenas en que nadie -ni el policía- acude a consolar en plena calle a esa madre destrozada por la pérdida de su hija, van desfilando una serie de prototipos humanos que completan este desolador paisaje: la médico que le diagnostica un principio de Alzheimer; el nieto, que no reacciona ni ante la fotografia de la compañera muerta; los padres, que quieren cubrir sus responsabilidades y las de sus hijos con dinero; el director de la escuela, sólo preocupado por el prestigio y buen nombre del centro; el policía, totalmente deshumanizado; incluso la misma madre de la joven suicida que acepta el dinero como compensación económica. La protagonista es la única de la clase que acaba escribiendo un poema porque, como dice el profesor, sólo se puede escribir poesía si se tienen sentimientos y ella llega a identificarse tanto con la víctima que sigue su mismo camino de desesperación.