Canto a la nostalgia de Kenneth Branagh, a su niñez en Belfast que, a pesar de los pesares, parece recordar con más cariño que temor. Finales de los 60, la escalada de violencia entre católicos y protestante son ofrecidas a través de las vivencias de una familia protestante, en espacial del pequeño Buddy.

Claramente autobiográfica, encontramos detalles que pasaron en la vida del director, como las alusiones al acento irlandés en Inglaterra o el propio acto de emigrar para huir de la violencia. Como protestante, Branagh apuesta por cargar las tintas sobre esta comunidad, entiendo que empujado por la experiencia vivida. Tampoco mucho, porque no es una película centrada en las tensiones del conflicto. Más bien es un retrato costumbrista en el que irrumpe la pugna religiosa, y cómo la familia protagonista le hace frente.

Nos hablan de dilemas comunes: la relación con las personas mayores, los problemas económicos, la incertidumbre que plantea la emigración o la simpleza del primer amor infantil. Es lo más inmediato a lo que se enfrentan los protagonistas, protestantes ellos, pero remisos a tomar parte en el enfrentamiento en ciernes. Con una luminosa fotografía en blanco y negro, no es una película que termine de conmovernos, aunque tampoco sea algo que que parezca buscarse. Gran trabajo actoral salvo Jamie Dornan, demasiado insípido. Se ve con agrado y ya.