Sólo puedo decir que quedé fascinado ante esta película, visualmente impresionante, que, en ciertos momentos, puede disputarle a "Apocalypse Now", el título mundial a “la película con las mejores escenas de guerra” (con permiso, también, de "Tora! Tora! Tora!"). Bien es cierto que en su argumento principal, en el que se concretan, las implicaciones psicológicas de la batalla y las motivaciones de los soldados –entre las que siempre destacan; el compañerismo, los porqués del porque combatimos. el qué motiva el heroísmo y demás reflexiones que siempre se despliegan en el fragor del combate–, aunque están bien planteadas, caen, como tantas veces ocurre en el cine norteamericano, en un exceso de sentimentalismo y de tópicos. Pero para los amantes del cine bélico, en su estado más puro, como yo, es una película para disfrutar. Ciertamente, para quienes no lo sean, puede resultar una cinta con muy poco interés. Aunque nadie puede negar que fue magistralmente realizada.

Sin duda, Ridley Scott, es el Cecil B. DeMille de nuestro tiempo; un auténtico rey de las superproducciones, un maestro en el empleo de grandes medios, en el manejo de los amplios planos, de los grandes espacios, de los movimientos ingentes de figurantes, a la vieja usanza, sin abusar de los avatares insertados por ordenador y, cuando se hace, que no se note. Además, es de los que saben contar historias con épica.

Hans Zimmer, una vez más, pone la música en una producción de Scott, música, que comenzó sonando en “Black Rain” prosiguió por “Thelma & Louise” y se encumbró con “Gladiator”. Y aunque he de decir que en esta ocasión no deja una impronta tan fuerte, sí se muestra fundamental en el desarrollo de la película y, ésta, no deja de tener una más que aceptable banda sonora, que logra sobreponerse al estruendo de explosiones y disparos, para concitar, a la emotividad, al espectador.