Primer largometraje del director alemán formado en los Estados Unidos Florian Henckel- Donnesmark. Ganadora del Oscar al mejor film de habla no inglesa y otros muchos premios europeos (habría ganado todos los Oscar importantes si se hubiese rodado en inglés) y para un servidor, posiblemente la mejor película de lo que va de siglo.
La premisa es sencilla, un poeta de la RDA (antigua Alemania Oriental) sospechoso de “afinidad con Occidente” es vigilado y escuchado por la Stasi (servicio de inteligencia de la RDA). El hombre encargado de espiarlo encuentra en esa vida ajena todo aquello que falta en la suya y se va dejando seducir hasta empatar con la “víctima” de un modo sutil, íntimo y hermoso; al ritmo de una dulce “sonata para un buen hombre” (la escena del cartel es la cara de Ulrich Mühe cautivado por esa canción), gancho fundamental de la película.
La estructura es también sencilla, al gusto del público mayoritario, y el guión está plagado de lugares comunes made in Hollywood. Pero, a pesar de eso, la belleza de sus imágenes, la ternura de los excelentemente interpretados personajes (especialmente Mühe, quien se estaba muriendo de cáncer en la realidad) y el gran calado del argumento, te emocionan como a un niño; y en eso radica la eficacia del film, que partiendo de elementos clásicos logra construir un mosaico de emociones que ahondarán hasta dejar huella en los más inquebrantables corazones. La razón de tanta emoción: que hasta en el más autoritario de los sistemas, éstos serán controlados personas, y las personas pueden cambiar, y para mejor.
Una de mis películas favoritas.