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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama Historia sobre un conductor de autobús y poeta aficionado sobre las pequeñas cosas llamado Paterson, que vive en Paterson, New Jersey. (FILMAFFINITY)
15 de diciembre de 2018
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A “Paterson” he llegado gracias a un artículo de “Babelia”, suplemento cultural del otrora respetable “El País”, conque, no todo está perdido. Dedicado a Ron Padgett, ensayista y poeta muy respetado al otro lado del atlántico y un total desconocido —o casi— por estos lares, tras leerlo me zambullí en la red a la búsqueda de algunas de sus poesías. Ya por la noche, de vuelta del trabajo, he podido ver la cinta que nos ocupa.
Con la ayuda inestimable del propio Padgett, autor de los versos —deliciosos— que salpican la levísima trama, Jarmush talla una joya preciosa y cotidiana, pespunteada de instantes humorísticos asimismo sutiles, una oda tranquila a ese ramillete de pequeñas cosas por las que cada mañana vale la pena salir de la cama a seguir vivo. Efectivamente, entendida —y aceptada— la vida como una rutina feliz, sucesión de acontecimientos mínimos, la lírica se sobrepone al aparatoso arrebato romántico, permitiéndonos gozar, sin pudor ni complejos, de la belleza que encierra una caja de cerillas. O la que anida en la enmarañada cabellera de Golshifteh Farahani, luminosa actriz iraní a la que conviene seguir la pista.
Admirador de Padgett y de William Carlos Williams, del que el primero es epígono aventajado, Jarmusch, con su morosidad discursiva —que no tedio, en absoluto— y gusto por el detalle, resulta el cineasta perfecto para plasmar el universo de ambos. El retrato que hace de la propia ciudad de Paterson, bien desde las ventanillas del autobús en su cadencioso y recurrente recorrido, bien durante los momentos de “epojé” que su protagonista experimenta ante las cataratas del río Passaic, puede interpretarse como un “aggiornamento” en imágenes del largo poema épico que le dedicara William Carlos Williams en cinco volúmenes, entre 1946 y 1958.
Para terminar, Adam Driver entrega un personaje inolvidable, en la línea de la callada normalidad de Padgett, lo cual debe de resultar complejo, ciertamente más difícil que componer al típico “artista” atormentado, insufrible manojo de tics al que tantísimos pretenciosos sin talento nos han acostumbrado hasta devaluar el concepto de genio, vaciándolo de contenido y llenándolo de tontería. Bueno, pues Adam Driver, como Ron Padgett y Wiliam Carlos Williams en su día, es todo lo contrario. Ya sólo por eso cabría estarle agradecidos.
Carorpar
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