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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
6
Intriga Un modesto funcionario de la CIA (Robert Redford) trabaja leyendo libros con el fin de detectar mensajes cifrados que permitan desvelar operaciones secretas susceptibles de perturbar la estabilidad del país. Un día, cuando vuelve al trabajo, encuentra a todos sus compañeros muertos. Consciente de que sólo el azar lo ha salvado de una muerte segura, huye tratando de salvarse, pero también para encontrar una explicación a lo sucedido. En ... [+]
29 de enero de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenida cinta de espías que parte de un brillante planteamiento, ciertamente potente. El nudo de la trama es bastante más convencional; un críptico McGuffin da lugar a la persecución del consabido Don Nadie que, ya le vale, sale respondón y versado en las más variopintas artes (marciales): de la telefonía al Kung Fu pasando por el tiro con pistola del 45. Sus dotes evasivas son tales, que le sobra tiempo para romper el récord mundial en la disciplina -no olímpica- de consumación fulminante del síndrome de Estocolmo. Y no se trata de un juego de palabras a cuento de la nacionalidad del perverso Max Von Sydow. Sin embargo, Faye Dunaway era tan mona- nada me parece ahora más cruel que el paso del tiempo- que se perdona la incongruencia. En su tramo final Sidney Pollack logra insuflar nuevos bríos a una película de cuya duración corre uno el riesgo de resentirse, y esboza un desenlace, por una vez, satisfactoriamente ambiguo. Con que el retrogusto que permanece en el paladar del espectador es, en términos generales, agradable. Ello muy a pesar de ciertas veleidades fotográficas - el intercambio de, digamos, información privilegiada entre Dunaway y Redford- y argumentales- la sucursal de la CIA en plenas Torres Gemelas, entresuelo derecha- de un naïf que duele a la vista y al intelecto. Pero, salvo por contadas secuencias como las citadas, puede decirse sin asomo de duda que "Los tres días del cóndor" ha envejecido mejor que su guapa pareja protagonista. Y resulta por demás encantador admirar los analógicos ingenios informáticos de hace cuarenta años, o que hubiera que esperar hasta las seis para oír las noticias.
Carorpar
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