Sin paños calientes, “Malasaña 32” es un bodrio de proporciones cósmicas desde el primer minuto, merced a un planteamiento nefando que agota cualquier posibilidad de asustar mínimamente al encallecido —y habitualmente maltratado— aficionado al subgénero.
El hecho de que en el mundillo de las casas encantadas esté (casi) todo inventado deja poco espacio a la innovación; pero al mismo tiempo conlleva un marco estético y argumental muy asentado, un ramillete de códigos sobradamente reconocibles y —lo que es más sangrante en el caso que nos ocupa— susceptibles de un diespliegue igualmente fácil.
La inoperancia de sus responsables, en especial la de sus cuatro —¡Cuatro!— guionistas, resulta palmaria cuando con tan trillados mimbres se muestran incapaces hasta de hilar una historia dotada de sentido. Así, integra “Malasaña 32” una deslavazada colección de motivos y ocurrencias —ambientación setentera, éxodo rural, tragedia familiar, revindicación trans— que, insisto, no dan miedo en absoluto, y sí una profunda, indescriptible vergüenza ajena.
Tampoco ayuda un reparto de rostros escasamente conocidos, nada carismáticos y al que adorna una generalizada falta de dotes interpretativas, excepción hecha de la veterana Concha Velasco, única que se salva de la quema, y porque es evidente que se toma a chacota el despropósito al que se ha prestado.
En fin, “Malasaña 32” parece aspirar a erigirse en una mezcla de “Cuéntame cómo pasó” (2001-Actualidad), “[REC]” (2007) y “Expediente Warren (The Conjuring)” (“The Conjuring (The Warren Files)”, 2013). Efectivamente, conjuga los peores vicios de cada una de ellas y ninguna de sus virtudes.