La tercera saga de estos “Objetivos” protagonizados por el agente del Servicio Secreto Mike Banning, interpretado una vez más por un avejentado Gerald Butler, ofrece exactamente lo mismo que las dos anteriores: mucha acción y poca cabeza.

El guion se articula en torno a unas cuantas escenas de acción perfectamente elaboradas, con cierta originalidad y sorpresa (el ataque con drones al lago o la persecución del tráiler) y garantistas de ofrecer al público lo que va buscando. Todo lo demás que las rodea adolece de muy poca coherencia y verosimilitud. La intriga se intuye de lejos; se adivina enseguida al verdadero responsable y la torpeza y el simplismo en el retrato de los culpables elimina cualquier posible tensión de la historia. El espectador actual ya es experto en investigaciones criminales (por lo menos de ficción) y detecta rápidamente los numerosos cabos sueltos que los realizadores de Objetivo: Washington D.C. despliegan. Por otro lado, las subtramas políticas o familiares son insistentemente tópicas y los diálogos oscilan entre lo obvio y lo sonrojante. Por no hablar de los largos y desconcertantes epílogos que prolongan innecesariamente la duración del film.

El peso que pudiera aportar el personaje de Nick Nolte se autodiluye al trocar su discurso antisistema y cascarrabias por un edulcorado retorno al hogar y la presidencial interpretación de Morgan Freeman tampoco constituye un dato que tener en cuenta a la hora de plantearse el visionado de la película.

En definitiva, Objetivo: Washington D.C. es fiel a sus predecesoras y ofrece al público que lo desee dos horas de acción salpicadas de disparos y bombazos con ninguna obligación o necesidad de seguir una trama inexistente.

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