“Todos queremos lo mejor para ella” es una historia muy bien contada. Mar Coll nos ofrece información a cuentagotas, a medida en que nos adentramos en la vida de Geni a partir de un día cualquiera, tomado casi al azar. No hay flashbacks, ni voz en off, ni maldita falta que hace. Un inicio impactante y unas pocas piezas del puzzle bastan para entender la desoladora existencia de la protagonista. Claro está, ayuda mucho la interpretación de Nora Navas. De Oscar.

La gracia de la peli, además, es la manera en que Mar Coll juega con el espectador. Asistimos a una historia cuyo planteamiento y nudo ya quedaron establecidos, tratamos de engancharnos a una cotidianidad cuyas bases están fijadas de antemano. Por ello, nuestro interés se pierde en multitud de subtramas que la película nos apunta, y que deliberadamente quedan sin desarrollar. Es más, Mar Coll nos da “pistas” que nos hacen pensar en derivaciones de la historia que finalmente parecen frustradas. Quizá yo sea un malpensado, o un listillo, pero durante el visionado, y con algunas escenas concretas, me he llegado a imaginar relaciones extraconyugales del marido, conflictos familiares con el severo padre de familia, devaneos lésbicos con la amiga… Para mí, es el gran mérito de la película, Mar Coll nos hace estar alerta con todo lo que vemos.

Sólo le pongo un “pero”, aunque muy pequeñito. No entiendo el afán de la directora por encuadrar el círculo de relaciones de la protagonista en un entorno estrictamente familiar. Podría pensarse que Mar Coll vuelve a hacer una película sobre la familia, pero yo no creo que sea así. Los personajes encarnados por Clara Segura y Àgata Roca podrían ser viejas amigas, o compañeras de trabajo antes del accidente, y la película no variaría en nada. Es más, el contrapunto, la amiga argentina, como personaje ajeno a la familia, termina comportándose como un miembro más de ella.

En cualquier caso, la película es muy buena, una aguda reflexión sobre el cariño, el amor, la amistad, el respeto y la solidaridad. Aunque nos pongamos del lado de Geni, es fácil empatizar con todos los personajes. Absolutamente con todos. Se agradecen las pinceladas de humor, que dan verosimilitud a la historia, como válvula de escape que siempre aparece como modo de sobrellevar cualquier tragedia. Y, por supuesto, el suspense y la intriga hitchcockianas impregnan algunas escenas clave, como el inicio con el taxista, la huida de Geni conduciendo un coche, o el portentoso final.