En su momento le tocó a Bill Murray, ahora es el turno de Stephen Dorff. Ambos deberían sentirse especiales, porque Sofía suele poner el acento en protagonistas mujeres, aunque también es cierto que a la hora de expresar el vacío existencial no hay sexo que valga: les toca a ambos por igual. Pues en Somewhere todo inicia con un auto dando vueltas una y otra vez sobre una misma ruta circular: aquí inicia el tedio de una vida que tocó fondo de la forma más imperceptible posible.

A ver, la temática no es nueva en la directora, pero en este caso adquiere matices menos poderosos e intensos. Todos los días viviendo esa misma vida repetida, hastiada; todos los días yo esperaba, pobre iluso, que ese fuera el día exacto en donde se derramara la última gota del vaso. Iluso porque pequé de ingenuo: en Sofía Coppola las explosiones son siempre internas, el problema es que en este caso yo esperaba un quiebre, una ruptura. A falta de la fuerza que transmitían las pelis anteriores creí que en este caso esa contemplación pasiva adquiriría un rol más activo. Se puede debatir incluso, porque el final da que hablar al respecto, pero, ay, a diferencia de otros casos, otras pelis, en esta situación puntual no me la creí. ¿Porqué? No lo sé, será porque esa sensación de vacío aquí se me presentó más inexorable, menos sometida potencialmente a cambios. Realmente vi en ese actor a un pelele de la vida, un don nadie con glamour en el rostro y con una capacidad reflexiva ultra inferior al de otros personajes pasados.

Por esa falta de iniciativa por parte del prota la peli me ha resultado más plomiza y cansina, definitivamente menor. Como si la Coppola por un momento hubiera abandonado el temple que suele darle a sus personajes y, por ende, hubiera dejado a su criatura librada a una suerte ajena, casi inexistente.