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España España · Valdepeñas
Voto de Lucho Garmán:
8
Drama Alain Leroy, un francés alcohólico, casado con una americana, está a punto de terminar un tratamiento de desintoxicación en una clínica privada. Antes de enfrentarse de nuevo a la vida cotidiana decide visitar a las personas a las que estuvo vinculado en el pasado. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede llegar a sonar tópico, pero en la mayoría de los casos en los que una novela es llevada al cine, sea esta magistral como en el caso que nos ataña o no, se pierde por el camino que la lleva de manos de los guionistas al director, gran parte de la esencia recogida en las palabras que salen directamente de la mente de un escritor brillante para plasmarse finalmente en las páginas de una obra maestra de la literatura. Este es uno de esos casos, y aunque la adaptación cinematográfica de Louis Malle logre un resultado sobradamente bueno que me ha merecido la puntuación de 8 sobre 10, después de leer el producto originario del escritor francés Pierre Drieu la Rochelle, esta se queda a un paso de la perfección que sí pienso alcanza la novela. No es menos cierto que esta página no se trata de una plataforma en la que los lectores puedan publicar las reseñas de sus libros predilectos; tampoco me gustaría encerrarme en un análisis comparado a lo largo de toda la crítica basándome en el esquema película–libro / libro–película; pero lo que tampoco puedo hacer es engañarme a mí mismo y a los pocos perdidos que puedan llegar a leerme afirmando que mi intento de mantenerme lo más alejado posible de la comparación fílmico-literaria pueda llegar a fructificar. Una vez dicho esto, e intentando ser lo más fiel posible a la premisa que me he impuesto, daré mi opinión acerca de esta película que, desde mi punto de vista, se encuentra entre las mejores de la producción francesa a lo largo de su historia. La historia nos presenta un día en la vida del “ex-alcohólico” Alain Leroy, un dandi parisino venido a menos a causa de dos elementos inapelables: el paso del tiempo que conlleva a la vejez y las mujeres. el argumento se desarrolla, como vengo de decir, a lo largo de un solo día; hecho que, teniendo en cuenta la unidad de acción que se limita a contarnos únicamente la historia de este personaje, cumple con dos de las tres unidades aristotélicas, rompiendo con la tercera ya que a lo largo de la narración vemos cómo el protagonista se traslada desde Versalles, donde se mantiene recluido en la clínica de desintoxicación del doctor Barbinais, hasta París con la intención visitar a sus antiguos compañeros de batalla. Al más puro estilo del Fantasma de las Navidades Pasadas en la obra de Charles Dickens, Un cuento de Navidad, Alain Leroy vaga por la Ciudad de la Luz dejándose caer por los hogares de los que en otros tiempos compartieron la botella de absenta junto a él y para ver cómo sus vidas se han acomodado hasta la irritación. Y es que Alain, durante toda la película, ya no es nada más que eso: un fantasma. La sombra del “hombre de acción” que en su época dorada llegó a ser y que, como el que pierde el apetito sin razón aparente cuando se acerca la hora de comer, se ve incapaz de continuar con su pantomima vital. Como una terrible enfermedad que arriba súbitamente al corazón y que no hace más que acentuar el estado terminal en el que se encuentra nuestro personaje; sabemos que Alain guarda una pistola en una vieja maleta que intenta esconder entre un pañuelo estampado de flores para que nadie pueda atisbar que entre estos dos existe una relación fatal; la aprecia tanto o más que a su propia vida y a toda la gente que le rodea porque sabe del poder liberador que esta posee, sabe que es con la única con la que puede contar en esos momentos de crisis existencial profunda y sin retorno. Intenta escribir, pero raja sus redacciones porque ve y sabe que su interior está vacío y no hay nada que pueda verter sobre las páginas blancas de su cuaderno; bebe y siente como ese trago que en otras ocasiones le embriagaba como a su querido Baudelaire no hace más que provocarle tormentos y horribles resacas; mira a las mujeres que pasan por su lado casi rozándole pero siente que una barrera invisible de granito se interpone entre él y este su más preciado tesoro antaño; un cheque que en anteriores días le habría abierto las puertas a un futuro prometedor se le presenta como un pobre papel con una cifras estampadas por la caridad, sin más. Después de todo, el creador principal de la historia, Drieu la Rochelle, se consideraba un acérrimo lector de Nietzsche y de muchos otros autores pesimistas y al mismo tiempo sentía una fervorosa adulación por los regímenes fascistas incipientes. Una mezcla ideológica explosiva que en muchos de sus escritos se refleja en la fascinación del autor por la muerte, ya fuese en forma de asesinato hacia el prójimo o de manera auto-infligida. De esta forma llegó a producir obras de un tinte nihilista auto-destructivo sobrecogedor pero también enormemente atractivo para muchos de sus coetáneos y admiradores de hoy en día. La novela Le feu follet viene seguida de un pequeño relato elegiaco titulado Adieu à Gonzague, en el que encontramos un enunciado que puede resumir, a fin de cuentas, el todo que recoge la esencia tanto de la novela como de su magnífica adaptación a la pantalla (traducida muy libremente del francés por un servidor): “Aquellos que están dispuestos a tirar su vida, a jugársela por un solo pensamiento, por una emoción. Solo hay una única cosa en esta vida, la pasión, y esta no puede expresarse de otra forma que por el asesinato – de otros o de sí mismo”.
Lucho Garmán
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