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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
3
Comedia. Drama Mike Todd, un excéntrico productor de Broadway, llega a Los Ángeles con un proyecto de película bastante descabellado, La vuelta al mundo en 80 días, con el que quiere sacudir el star-system de Hollywood. Mario Moreno es un cómico que se gana la vida en las carpas de la Ciudad de México. Su personaje Cantinflas lo lleva a volverse un ícono del cine mexicano, y uno de los personajes más importantes de la industria fílmica. Sus caminos se ... [+]
10 de septiembre de 2015
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que empezar por pedir disculpas porque la respuesta a esta pregunta llegue tan tarde; seguramente demasiados son los que ya vieron esta película, pero siempre queda el consuelo de salvar al menos un alma cándida.

La primera vez que supe que pronto llegaría a las pantallas un biopic sobre Cantinflas no pude más que emocionarme como un niño. Como un niño porque siendo un cinéfilo latinoamericano de treinta años fue en mi niñez cuando disfruté una y otra vez la genialidad de la mímica y la retórica cantinflescas. Luego vi por primera vez el tráiler de la película de Sebastián del Amo y se me hincharon las tripas de emoción porque, todo hay que decirlo, ¡Joder, qué bien hecho está ese tráiler! Se despertó en mí una extraña sensación de responsabilidad como espectador que me hizo adquirir conmigo mismo el irrevocable compromiso de ver esta película en cuanto fuera posible. Y llegó el día, jueves 02 de octubre. Cosa extraña esta en un país que lleva años siguiendo con terquedad, como una ley, la idea de que las películas deben estrenarse los viernes, día en que los espectadores siempre están más por la labor de irse de juerga que del saludable plan de ir a cine. Emocionante e inteligente me pareció la selección de un jueves para poner a Cantinflas en pantalla; la sala 1 del Embajador –qué teatro malo este, caramba–, como todas las demás, estaban considerablemente llenas ese día.
Con una exagerada dosis de azúcar en mi cuerpo, cortesía de mi compañera de función, quien consideró que el mejor pasabocas para esta película sería un cubo de crispetas con caramelo y una gaseosa del tamaño de mi insolencia, me dispuse a ver la película embutido en una pequeñísima silla hecha para la estandarizada medida nacional. Pero no importaba, la compañía era buena, el día me parecía propicio y mis expectativas eran altas, especialmente luego de haberme enterado del rumor, que para mi desdicha es cierto, de que Cantinflas sería la producción seleccionada para representar a México en la carrera por el Oscar a mejor película extranjera. De Sebastián del Amo, su director, no conocía ni conozco aún nada más (tampoco me han quedado ganas de hacerlo), así que el componente de aventura también aportaba interés.

Y empezó la función… y se acabó mi alegría.

¿Que por qué usted no debería usted ver Cantinflas?

Porque la película prometía ser algo importante, gracias, sin duda, a un tremendo y envidiable trabajo de promoción del que, eso sí, deberían aprender todos los realizadores y productores nacionales, pero no cumple, quedándose en una pintura graciocilla de algo a lo que se le huele el potencial por doquier.
Porque Mario Moreno “Cantinflas” fue, como poco, un genial monstruo al que se le debe un homenaje muchísimo más justo, y cuando hablo de justicia me refiero a la justicia estética del arte, porque en realidad me es indiferente si se cuenta la historia verdadera o no de este hombre.
Porque para abordar la figura de la genialidad artística hacen falta un par de pelotas, hace falta ser capaz de ensuciarse las manos y dejar ver los recovecos oscuros del alma; pero del guión de Edui Tijerina y Sebastián del Amo solo recibimos una ñoña corrección política que lleva a Cantinflas hasta unas profundidades de piscina infantil para evitarse problemas.
Porque ir a ver a un cine 106 minutos de malas mañas de los culebrones de televisión no es ir a ver cine. Como tampoco lo es sentarse a recibir reciclaje de estupendos recursos estéticos del gran cine de estudio del Hollywood dorado convertidos en clichés escalofriantes –solo recordar a Ilse Salas (Valentina Ivanova) melancólica mirando por una ventana lluviosa me da ganas de masticar un bombillo–.
Porque nunca hay excusa alguna para tener que escuchar la música de Aleks Syntek.
Porque la dirección de arte de esta producción es imperdonable de cabo a rabo, llena de mediocridad y falta de atención al detalle. Llámenme obsesivo, pero en una película en la que toda la dirección de arte se esfuerza por emular la estética de estudio (cuando claramente el naturalismo habría sido una elección mucho más lógica argumental, teórica y estéticamente) no se puede ser condescendiente y hacer la vista gorda cuando en la secuencia de mayor profundidad dramática un almohada está mal colocada en el tendido de cama, o cuando en un momento que intenta reflejar la humildad y la pobreza de la vida de los personajes las cajas de una mudanza son perfectas, nuevas, limpias y están atadas con la cuerda más blanca jamás vista (para citar solo dos ejemplos entre cientos).
Porque las actuaciones son en general mediocres y parecen estar mermadas bajo orden solo para dar más relevancia a un actor que no necesita de ayuda alguna, porque eso sí, Óscar Jaenada (y a quién diablos le ha de importar que sea español y no mexicano) se lleva todo mi respeto por su interpretación. No son pocos los personajes que chocan por su tono farsesco, frente a ese Jaenada, quien en un esfuerzo titánico y muy bien logrado por emular a Cantinflas, consigue lo improbable al brindar naturalismo para encarnar a un genial payaso.

Pero seamos justos, además de Jaenada, hay una cosa más que sí vale la pena en Cantinflas: cualquiera que vea esta película, espero, saldrá con ganas de revisitar el cine de este genio y volver a entender por qué “ahí está el detalle”.
Andrés Vélez Cuervo
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