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Voto de AlbertoVP:
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Thriller. Drama
El policía Stéphane Ruiz acaba de unirse a la BAC, la Brigada de Lucha contra la Delincuencia de Montfermeil, un suburbio al este de París. Allí conoce a sus nuevos compañeros, Chris y Gwada, dos agentes experimentados en las enormes tensiones que existen entre los distintos grupos organizados que operan por el control del problemático barrio.
20 de noviembre de 2019
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Año 2010. Mientras España se desangraba por culpa de la crisis económica provocada por la avaricia inherente al sistema capitalista, Iniesta metía el gol que ‘nos hacía campeones del mundo’. Pocas chorradas tuvimos que escuchar entonces. Del ‘ese balón lo hemos empujado todos los españoles con el corazón’ al ‘soy español, ¿a qué quieres que te gane?’, las pamplinas patrioteras se sucedieron para sumergir a la nación en un duermevela absurdo que nada tenía que ver con las dificultades que más tarde se manifestarían, a nivel social y territorial, con enorme y triste intensidad.
El debut en el largo de ficción de Ladj Ly comienza con una escena que es un reflejo cinematográfico universal de todo aquello. Allí, una enorme fiesta acrisola, bajo los colores de la bandera francesa, las imperfecciones derivadas de la multiculturalidad y las desigualdades sociales del país vecino. Una problemática oculta que sólo es desvelada tras los créditos iniciales, cuando, mediante un brusco corte en el montaje, los bellos Campos Elíseos dan paso a un obviado extrarradio parisino en el proceso de actualización del clásico de Victor Hugo que da nombre al film.
El debut en el largo de ficción de Ladj Ly comienza con una escena que es un reflejo cinematográfico universal de todo aquello. Allí, una enorme fiesta acrisola, bajo los colores de la bandera francesa, las imperfecciones derivadas de la multiculturalidad y las desigualdades sociales del país vecino. Una problemática oculta que sólo es desvelada tras los créditos iniciales, cuando, mediante un brusco corte en el montaje, los bellos Campos Elíseos dan paso a un obviado extrarradio parisino en el proceso de actualización del clásico de Victor Hugo que da nombre al film.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Stéphane Delorme afirma en Cahiers du Cinéma que Los miserables es ‘la película sobre las afueras que habían estado esperando durante veinte años’, y lo cierto es que este crítico no recuerda una propuesta tan centrada en la banlieue desde El odio. Pero algo se ha operado en todo este tiempo, y es lo primero que llamó la atención del que esto escribe: en mis recuerdos, la música colonizaba las imágenes en blanco y negro de la obra de Mathieu Kassovitz, mientras que aquí apenas hay ritmos.
Así es. En Montfermeil ya no suenan raps. Y las únicas rimas que escuchamos proceden de la boca de un chaval de comportamiento trastornado (acaso por culpa de las palizas recibidas por parte de una policía impune) que asegura que pasa de ‘la mierda del trap’. ¿Debemos entender que el trap ha desplazado al rap como la música de extrarradio? ¿La misma música que sacraliza las horteradas pop de la multimillonaria Rosalía? ¿Puede, entonces, esa pijada definir hoy las estéticas sonoras de los más desfavorecidos como hizo antaño el rap?
Las respuestas en el aire, como los papelillos que vuelan en la celebración de la Copa del Mundo de fútbol, la única fiesta que vemos en un trabajo donde no se entona otro tema más que La Marsellesa, pues, una vez pasada esa intro-contestación al ‘soy francés, ¿a qué quieres que te gane?’, sólo quedan los ruidos procedentes de móviles y drones. Una interesante jugada que remite a la muy superior, e incomprendida, The Bling Ring, de Sofia Coppola.
Pero el del rap no es el único latigillo del metraje. También hay espacio para cuestionar el feminismo a través de una escena en la que unas niñas físicamente superiores a un chaval lo chantajean y atemorizan (¿la violencia es sólo cosa de hombres?), la islamización en la periferia o la multiculturalidad (como cuando el niño protagonista asegura asombrado que en su país de origen no se puede robar).
El problema es que la estructura Training Day (Antoine Fuqua, 2001) del film amplifica la citada cuestión multicultural según convierte al resto de asuntos en meras anécdotas. Parece claro que el director no quiere muchos más embrollos que los que la multiplicación de sensibilidades culturales trae consigo, que no son pocos, por otro lado. Así, los hermanos musulmanes comiéndole el tarro a unos chavales, los gitanos maltratadores de animales (con una escena tachada de inmoral que este crítico, sin embargo, celebra como cine de la crueldad) o las tensiones internas entre guetos de diversa índole racial, certifican de sobra tanto la complejidad de la película como la falta de complacencia en la mirada de Ladj Ly.
El director entiende que el cine es mostrar, y allá va, con las estéticas propias del cine social, a adentrarse donde otros no quieren mirar, acompañado a la vez de nuevos lenguajes, como Instagram o el de los drones. Con estos últimos llega hasta el marco de la acción (una ventana, el plano aéreo de una trifulca callejera), con la cámara en mano se acerca a las personas y con las redes sociales se interna en su intimidad.
De esta manera Los miserables alumbra una problemática relación visibilidad-denuncia que no es más fascinante porque Ladj Ly no propone un diálogo-duelo de estéticas realmente profundo. Le falta pericia (¿qué hubiera hecho ahí Brian de Palma?) y le sobran maniqueísmo (la insistencia en subrayar la mediocridad del poli malo y la nobleza del bueno revela al tercer compañero como el único personaje ambiguo) y espectacularidad en la miseria.
La escena final, que desplaza la cinta hacia el cine de terror, suspende un fatal gesto en el tiempo para equiparar sorprendentemente tres tipos de miradas: una inocente (tornada en cómplice desde la mirilla de una puerta), las de los hombres al servicio del poder y la de un niño zombificado en la violencia que ejerce ese mismo poder.
También puedes leer en: https://hombreblandengue.wordpress.com/2019/11/20/visibilidad-y-denuncia/
Así es. En Montfermeil ya no suenan raps. Y las únicas rimas que escuchamos proceden de la boca de un chaval de comportamiento trastornado (acaso por culpa de las palizas recibidas por parte de una policía impune) que asegura que pasa de ‘la mierda del trap’. ¿Debemos entender que el trap ha desplazado al rap como la música de extrarradio? ¿La misma música que sacraliza las horteradas pop de la multimillonaria Rosalía? ¿Puede, entonces, esa pijada definir hoy las estéticas sonoras de los más desfavorecidos como hizo antaño el rap?
Las respuestas en el aire, como los papelillos que vuelan en la celebración de la Copa del Mundo de fútbol, la única fiesta que vemos en un trabajo donde no se entona otro tema más que La Marsellesa, pues, una vez pasada esa intro-contestación al ‘soy francés, ¿a qué quieres que te gane?’, sólo quedan los ruidos procedentes de móviles y drones. Una interesante jugada que remite a la muy superior, e incomprendida, The Bling Ring, de Sofia Coppola.
Pero el del rap no es el único latigillo del metraje. También hay espacio para cuestionar el feminismo a través de una escena en la que unas niñas físicamente superiores a un chaval lo chantajean y atemorizan (¿la violencia es sólo cosa de hombres?), la islamización en la periferia o la multiculturalidad (como cuando el niño protagonista asegura asombrado que en su país de origen no se puede robar).
El problema es que la estructura Training Day (Antoine Fuqua, 2001) del film amplifica la citada cuestión multicultural según convierte al resto de asuntos en meras anécdotas. Parece claro que el director no quiere muchos más embrollos que los que la multiplicación de sensibilidades culturales trae consigo, que no son pocos, por otro lado. Así, los hermanos musulmanes comiéndole el tarro a unos chavales, los gitanos maltratadores de animales (con una escena tachada de inmoral que este crítico, sin embargo, celebra como cine de la crueldad) o las tensiones internas entre guetos de diversa índole racial, certifican de sobra tanto la complejidad de la película como la falta de complacencia en la mirada de Ladj Ly.
El director entiende que el cine es mostrar, y allá va, con las estéticas propias del cine social, a adentrarse donde otros no quieren mirar, acompañado a la vez de nuevos lenguajes, como Instagram o el de los drones. Con estos últimos llega hasta el marco de la acción (una ventana, el plano aéreo de una trifulca callejera), con la cámara en mano se acerca a las personas y con las redes sociales se interna en su intimidad.
De esta manera Los miserables alumbra una problemática relación visibilidad-denuncia que no es más fascinante porque Ladj Ly no propone un diálogo-duelo de estéticas realmente profundo. Le falta pericia (¿qué hubiera hecho ahí Brian de Palma?) y le sobran maniqueísmo (la insistencia en subrayar la mediocridad del poli malo y la nobleza del bueno revela al tercer compañero como el único personaje ambiguo) y espectacularidad en la miseria.
La escena final, que desplaza la cinta hacia el cine de terror, suspende un fatal gesto en el tiempo para equiparar sorprendentemente tres tipos de miradas: una inocente (tornada en cómplice desde la mirilla de una puerta), las de los hombres al servicio del poder y la de un niño zombificado en la violencia que ejerce ese mismo poder.
También puedes leer en: https://hombreblandengue.wordpress.com/2019/11/20/visibilidad-y-denuncia/