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Voto de Pedroanclamar:
10
7,2
7 882
Drama
Weronika vive en Polonia y tiene una brillante carrera como cantante, pero padece una grave dolencia cardíaca. En Francia, a más de mil kilómetros, vive Véronique, otra joven idéntica que guarda muchas similitudes vitales con ella, como su enfermedad y su gran pasión por la música. Ambas, a pesar de la distancia y de no tener aparentemente ninguna relación, son capaces de sentir que no están solas. (FILMAFFINITY)
23 de septiembre de 2023
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La doble vida de Verónica (1991), de Kieslowski, se nos representa como un bello enigma, un misterio lúdico y poético que va desplazando sus piezas a lo largo del metraje para que hallen concatenación en el ojo del espectador, que si es hábil y buen intérprete, sabrá darle curso y sentido a este bello poema lúdico, cargado de símbolos.
La película nos muestra, primero, la vida de Veronika: una chica alegre, gozadora y sensual (en el sentido sensorial del término). Cantante de ópera y amante de su profesión. Demuestra mucho amor y preocupación hacia su tía, así como también hacia su padre. Su vida circula en la relación con ellos y su amante, con el cual se entretiene eróticamente. Disfruta de los pequeños detalles y momentos, incluso aquellos imprevistos, como quedarse cantando bajo la lluvia para luego besarse mojada con su amante; o del lanzamiento de una pelota saltarina para luego disfrutar del polvillo que ésta levanta al golpear con el techo.
Lamentablemente, Veronika sufre de problemas cardíacos que decantarán en una fatal suerte.
Luego, se nos presenta a Veronique, si bien idéntica físicamente a Veronika, mantiene sus diferencias en el carácter y la actitud. Es profesora de música, pero no expresa pasión en ello. Su círculo social cercano, así como sus interacciones, lo componen su padre, su amiga Catherine y, finalmente, el titiritero y escritor. A diferencia de su par en Polonia, no tiene un expreso goce sensorial, más aún, sus momentos sexuales son manifiestamente tristes, con llantos incluidos.
Kieslowski, con tacto cromático exquisito, presenta un predominio del amarillo, principalmente, así como del verde, rojo y marrón, en menor medida. La psicología de los colores nos sugiere que, el amarillo, presente a lo largo de todo el metraje, y que le otorga un rasgo estético bellísimo a la película, se asocia con la enfermedad, así como también con la locura, entre otras inclinaciones emocionales. El verde puede sugerir, al menos para la interpretación de esta película y en su retroalimentación con el amarillo, inminencia de peligro. Mientras que, el rojo, se traduce como pasión, amor y, por extensión, a las emociones implicadas en lo erótico.
La música, compuesta por Zbigniew Preisner, resulta un acierto total: enigmática, trágica y tensa, se marida con el ritmo o con la intensidad del metraje, resultando un elemento imprescindible, tanto para la proyección estética como para la evocación dramática.
Con sumo detalle, Kieslowski nos presenta diversos planos detalles, como la bolita saltarina en manos de Veronika o el ojo de ésta en el espejo, o nuevamente la bolita pero esta vez en manos de Veronique. Los planos con poca profundidad de campo así como los planos detalles nos hablan de un intimismo total de las protagonistas: sus dedos, sus ojos, o ella enmarcada en un espacio difuminado por el lente de la cámara, nos instan a volcarnos en la subjetividad de ambas Verónicas. Es más, en la tensión política y social de una protesta en Cracovia, no se nos revelan los móviles de la manifestación, ni el encuentro de las fuerzas en pugna, pues el centro dramático de la escena radica en el encuentro fortuito de las protagonistas.
Ahora bien, a manera de interpretación, y para comprender el sentido del juego o del tópico del doble, o doppelganger para unos, los símbolos que despliega Kieslowski son suficientes para cursar una interpretación posible sobre lo tanático y lo erótico, como pulsiones inmanentes a lo largo de la película. La doble polaca resulta ser sensual (goza lo táctil, lo sonoro) y sexualmente activa, sin escrúpulos. Se besa mojada por la lluvia con su amante y la primera conversación con su tía, a la que tanto quiere, trata sobre este encuentro sexual, como si se tratara de algo realmente novedoso y digno de ser contado.
La película nos muestra, primero, la vida de Veronika: una chica alegre, gozadora y sensual (en el sentido sensorial del término). Cantante de ópera y amante de su profesión. Demuestra mucho amor y preocupación hacia su tía, así como también hacia su padre. Su vida circula en la relación con ellos y su amante, con el cual se entretiene eróticamente. Disfruta de los pequeños detalles y momentos, incluso aquellos imprevistos, como quedarse cantando bajo la lluvia para luego besarse mojada con su amante; o del lanzamiento de una pelota saltarina para luego disfrutar del polvillo que ésta levanta al golpear con el techo.
Lamentablemente, Veronika sufre de problemas cardíacos que decantarán en una fatal suerte.
Luego, se nos presenta a Veronique, si bien idéntica físicamente a Veronika, mantiene sus diferencias en el carácter y la actitud. Es profesora de música, pero no expresa pasión en ello. Su círculo social cercano, así como sus interacciones, lo componen su padre, su amiga Catherine y, finalmente, el titiritero y escritor. A diferencia de su par en Polonia, no tiene un expreso goce sensorial, más aún, sus momentos sexuales son manifiestamente tristes, con llantos incluidos.
Kieslowski, con tacto cromático exquisito, presenta un predominio del amarillo, principalmente, así como del verde, rojo y marrón, en menor medida. La psicología de los colores nos sugiere que, el amarillo, presente a lo largo de todo el metraje, y que le otorga un rasgo estético bellísimo a la película, se asocia con la enfermedad, así como también con la locura, entre otras inclinaciones emocionales. El verde puede sugerir, al menos para la interpretación de esta película y en su retroalimentación con el amarillo, inminencia de peligro. Mientras que, el rojo, se traduce como pasión, amor y, por extensión, a las emociones implicadas en lo erótico.
La música, compuesta por Zbigniew Preisner, resulta un acierto total: enigmática, trágica y tensa, se marida con el ritmo o con la intensidad del metraje, resultando un elemento imprescindible, tanto para la proyección estética como para la evocación dramática.
Con sumo detalle, Kieslowski nos presenta diversos planos detalles, como la bolita saltarina en manos de Veronika o el ojo de ésta en el espejo, o nuevamente la bolita pero esta vez en manos de Veronique. Los planos con poca profundidad de campo así como los planos detalles nos hablan de un intimismo total de las protagonistas: sus dedos, sus ojos, o ella enmarcada en un espacio difuminado por el lente de la cámara, nos instan a volcarnos en la subjetividad de ambas Verónicas. Es más, en la tensión política y social de una protesta en Cracovia, no se nos revelan los móviles de la manifestación, ni el encuentro de las fuerzas en pugna, pues el centro dramático de la escena radica en el encuentro fortuito de las protagonistas.
Ahora bien, a manera de interpretación, y para comprender el sentido del juego o del tópico del doble, o doppelganger para unos, los símbolos que despliega Kieslowski son suficientes para cursar una interpretación posible sobre lo tanático y lo erótico, como pulsiones inmanentes a lo largo de la película. La doble polaca resulta ser sensual (goza lo táctil, lo sonoro) y sexualmente activa, sin escrúpulos. Se besa mojada por la lluvia con su amante y la primera conversación con su tía, a la que tanto quiere, trata sobre este encuentro sexual, como si se tratara de algo realmente novedoso y digno de ser contado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Sin embargo, preludiando el desenlace de Veronika, y acompañando los amarillos y verdes de la película (la enfermedad y el peligro inminente), se nos muestra un personaje femenino que, probablemente, puede representar la muerte, sentada en una butaca, indignada, observando la congratulación profesional de la par polaca.
Si bien es la par polaca la representación de lo erótico, es también ella la víctima del fatal destino. Y es precisamente, con ese fatal destino, cuando se despiertan las pulsiones de Veronique, sintetizándolas: las tanáticas, en la agonía emocional, la congoja inexplicada; y las eróticas, cuando asume, frente a su propio progenitor, que está enamorada y se devora los libros de su amante y desencadena el juego enigmático que él le ha propuesto para encontrarse y, para al fin, materializar el deseo luego del llanto, luego del dolor.
No es baladí ni ingenuo que vuelva a aparecer el personaje femenino que pudiera estar representando la muerte cuando Veronique está ad portas de encontrarse por primera vez con su amante. Su presencia es una amenaza simbólica, es un recado de lo tanático, así como también la multiplicidad de veces en que la protagonista deja caer su bufanda roja (como hilos de sangre) o el automóvil quemado en las afueras del café que, al encontrarse los amantes, al fin es retirado.
No sabemos si con intención o no, el titiritero le reproduce la música del desenlace de su par polaca, del mismo modo es él quien le hace tomar consciencia sobre la existencia de aquella y que, más aún, habían estado en Cracovia, tan cerca. Es él, el titiritero, el que acaba por crear las dos marionetas idénticas logrando dar cauce a las dos pulsiones en Veronique, la tanática y la erótica.
En síntesis, Kieslowski recrea una maravilla película, dotada de una belleza como pocas veces he visto, tanto visual como sonora. Y es por esta belleza, así como por los símbolos que va proponiendo, que se constituye en un metraje profundamente poético e íntimo.
Si bien es la par polaca la representación de lo erótico, es también ella la víctima del fatal destino. Y es precisamente, con ese fatal destino, cuando se despiertan las pulsiones de Veronique, sintetizándolas: las tanáticas, en la agonía emocional, la congoja inexplicada; y las eróticas, cuando asume, frente a su propio progenitor, que está enamorada y se devora los libros de su amante y desencadena el juego enigmático que él le ha propuesto para encontrarse y, para al fin, materializar el deseo luego del llanto, luego del dolor.
No es baladí ni ingenuo que vuelva a aparecer el personaje femenino que pudiera estar representando la muerte cuando Veronique está ad portas de encontrarse por primera vez con su amante. Su presencia es una amenaza simbólica, es un recado de lo tanático, así como también la multiplicidad de veces en que la protagonista deja caer su bufanda roja (como hilos de sangre) o el automóvil quemado en las afueras del café que, al encontrarse los amantes, al fin es retirado.
No sabemos si con intención o no, el titiritero le reproduce la música del desenlace de su par polaca, del mismo modo es él quien le hace tomar consciencia sobre la existencia de aquella y que, más aún, habían estado en Cracovia, tan cerca. Es él, el titiritero, el que acaba por crear las dos marionetas idénticas logrando dar cauce a las dos pulsiones en Veronique, la tanática y la erótica.
En síntesis, Kieslowski recrea una maravilla película, dotada de una belleza como pocas veces he visto, tanto visual como sonora. Y es por esta belleza, así como por los símbolos que va proponiendo, que se constituye en un metraje profundamente poético e íntimo.