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Voto de Laura:
8
6,4
46 267
Fantástico. Drama. Romance. Thriller
En un inquietante laboratorio de alta seguridad, durante la Guerra Fría, se produce una conexión insólita entre dos mundos aparentemente alejados. La vida de la solitaria Elisa (Sally Hawkins), que trabaja como limpiadora en el laboratorio, cambia por completo cuando descubre un experimento clasificado como secreto: un hombre anfibio (Doug Jones) que se encuentra ahí recluido. (FILMAFFINITY)
23 de febrero de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con trece nominaciones a los Oscar, La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017) parece posicionarse como favorita para el triunfo la noche del cuatro de marzo. Son muchos los aspectos que la convierten en la cinta perfecta para gustar al académico americano. En primer lugar, son obvias las referencias a los cuentos e historias de Disney que del Toro ha armado aquí desde una perspectiva mucho más realista y oscura. Por muy casposo que fuera el señor Disney, sus historias fueron alabadas en EE.UU y la reescritura, del director mexicano, convierten a la mezcla resultante en una apuesta casi segura. Son varias las referencias que se pueden extraer con La bella y la bestia, teniendo aquí una bella que no lo es (o no por lo menos según los cánones tradicionales) y que además sufre el mal de la mudez y la falta de oportunidades que le provocan trabajar de limpiadora en el turno de noche, de unos sofisticados laboratorios. No obstante Eliza (Sally Hawkins), al contrario que Bella, se mostrará como un ser activo que lucha en favor de los que como ella sufren la insensibilidad de los más sádicos e insatisfechos. Es lo que va a ocurrir con la criatura marina que aparece repentinamente en el laboratorio, para originar el amor de Eliza y las iras de norteamericanos que solamente quieren a la criatura para “vencer” a los soviéticos y experimentar con ella, sin importar los daños que le puedan causar. Además hay otras referencias que pueden asociarse al cuento de La Cenicienta.Por ejemplo, la puesta en escena subraya el horario de entrada a trabajar de Eliza, que según los relojes es a las doce en punto de la noche. Claro que mientras La Cenicienta debía volver a casa a esa hora, porque si no el conjuro se acababa, para Eliza la magia empieza justo en ese instante, ya que es en su lugar de trabajo donde va a tener las misiones más arriesgadas y novelescas.
Por mucho que La forma del agua esté ambientada en La guerra fría, este famoso conflicto queda en un segundo plano, ya que el protagonismo lo adquieren sus personajes y los sentimientos que cada uno experimenta. Personajes todos ellos víctimas de la discriminación e invisibilización que la sociedad les ha regalado durante toda la historia y que lamentablemente sigue produciéndose. Así tenemos como protagonista a una mujer, muda que limpia váteres. Su mejor amiga y compañera es Zelda una negra que debe sufrir la discriminación doble, por su color de piel y por parte de su marido, y el vecino y amigo de Eliza que es un homosexual entrado en años. Frente a todos ellos estaría la figura de Strickland (Michael Shannon), el vigilante de seguridad que representa la fuerza bruta y la ausencia de ternura. Fuerza y ternura van a ser dos elementos vertebradores del relato, pero también podemos encontrar una división entre la teoría, que representa Fleming (David Hewlett), el médico-espía ruso, y la práctica que simbolizan las limpiadoras. Mujeres que se olvidan de batas blancas y de observar para ayudar como pueden al que sufre, sin pensar en su DNI. Para ellas la dicotomía entre norteamericanos y soviéticos es un hecho sin relevancia. En un momento de tensión y de oscuridad, Eliza y Zelda no se dejan llevar por la psicosis colectiva y actúan con el corazón.
Por mucho que La forma del agua esté ambientada en La guerra fría, este famoso conflicto queda en un segundo plano, ya que el protagonismo lo adquieren sus personajes y los sentimientos que cada uno experimenta. Personajes todos ellos víctimas de la discriminación e invisibilización que la sociedad les ha regalado durante toda la historia y que lamentablemente sigue produciéndose. Así tenemos como protagonista a una mujer, muda que limpia váteres. Su mejor amiga y compañera es Zelda una negra que debe sufrir la discriminación doble, por su color de piel y por parte de su marido, y el vecino y amigo de Eliza que es un homosexual entrado en años. Frente a todos ellos estaría la figura de Strickland (Michael Shannon), el vigilante de seguridad que representa la fuerza bruta y la ausencia de ternura. Fuerza y ternura van a ser dos elementos vertebradores del relato, pero también podemos encontrar una división entre la teoría, que representa Fleming (David Hewlett), el médico-espía ruso, y la práctica que simbolizan las limpiadoras. Mujeres que se olvidan de batas blancas y de observar para ayudar como pueden al que sufre, sin pensar en su DNI. Para ellas la dicotomía entre norteamericanos y soviéticos es un hecho sin relevancia. En un momento de tensión y de oscuridad, Eliza y Zelda no se dejan llevar por la psicosis colectiva y actúan con el corazón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
De alguna forma, al final puede entenderse que Fleming acaba dándose cuenta de que ninguno de los bandos es el acertados, ya que tanto soviéticos como norteamericanos lo único que quieren es utilizar a la criatura para experimentar y ganarle la batalla al enemigo. Por ello muere tranquilo al saber que hizo bien al ayudar a Eliza para que la criatura escapara.
Porque la línea que separa la humanidad de la bestialidad puede ser muy fina. ¿Es más humano Strickland que la criatura? Desde luego su forma de comportarse no es propia de un humano, al carecer de toda empatía y sensibilidad. Igualmente Strickland por mucha casa bonita, mujer e hijos que tiene, no parece ser muy feliz. Más concretamente su trabajo que le permite haber adquirido el llamado “american dream”, no le permite sin embargo disfrutar de lo que ha ganado, haciéndole caer en un estado de insatisfacción perpetua que le lleva al consumismo (tan capitalista) y al corto placer provocado por la compra de un bonito Cadillac. Guillermo del Toro es esquemático, pero directo en su crítica al estilo de vida norteamericano.
Y por otro lado, si la criatura es un ser extraño al que se le puede torturar sin problemas de conciencia ¿quién puede asegurar que en un momento dado alguno de los malos de la historia no podría hacer lo mismo con Eliza? Como bien le dice ella a Giles (Richard Jenkis), su amigo homosexual, cuando le está intentado pedir ayuda para liberar a la criatura, ella tampoco habla y solamente puede expresarse con la cara ¿Por ello se merece que nadie le ayude? Eliza se muestra más clarividente que ningún gran orador y convence instantáneamente al temeroso de Giles. Aunque del Toro no se deja llevar en ningún momento por el pasteleo y retrata a la criatura, al igual que hace con el entorno, desde el realismo y la ausencia de contemplaciones. La criatura es un ser salvaje que vivía en el Amazonas y como tal, cuando Eliza y Giles le llevan a su piso, no puede reprimir su instinto y se acaba comiendo a un gato e hiriendo, sin querer, al bueno de Giles.
Otros aspecto que llama la atención es el protagonismo de los huevos y el color verde. Respecto a los huevos sorprende que Eliza los utilice para proporcionarse placer y que sean lo primero que le ofrece a la criatura para fomentar su acercamiento. De aquí se pueden sacar dos explicaciones. Por un lado, se entienden las claras intenciones de Eliza que a través de los huevos inicia su modelo de conquista con la criatura . Y por otro lado, se puede hacer un símil entre la vida que puede salir del huevo y el amor que nace entre los dos. Y finalmente el verde sobresale en unas localizaciones oscuras y desprovistas de color. Son así verdes las tartas de lima que toman Eliza y Giles, los caramelos de Strickland y el Cadillac que se compra (por mucho que diga que es color esmeralda). Del Toro percibe así esperanza dentro de un ambiente oscuro y lleno de odio.
El final de este cuento resulta consecuente con la esencia de la película, que mezcla a partes iguales la fantasía con la cruda realidad. Eliza y el anfibio consiguen resucitar entre las balas y abandonan el mundo de los bloques y enfrentamientos, para refugiarse en la inmensidad del agua. La niña muda que fue abandona al nacer, junto a un río, y que tiene unas terribles cicatrices en el cuello, confirmará sus características únicas al transformar sus cicatrices en unas mágicas aletas, que le permitan vivir para siempre en el agua junto a su amado. Un final feliz, pero a medias, ya que los dos (que son las víctimas) tienen que abandonar el mundo terrenal y exiliarse.
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Porque la línea que separa la humanidad de la bestialidad puede ser muy fina. ¿Es más humano Strickland que la criatura? Desde luego su forma de comportarse no es propia de un humano, al carecer de toda empatía y sensibilidad. Igualmente Strickland por mucha casa bonita, mujer e hijos que tiene, no parece ser muy feliz. Más concretamente su trabajo que le permite haber adquirido el llamado “american dream”, no le permite sin embargo disfrutar de lo que ha ganado, haciéndole caer en un estado de insatisfacción perpetua que le lleva al consumismo (tan capitalista) y al corto placer provocado por la compra de un bonito Cadillac. Guillermo del Toro es esquemático, pero directo en su crítica al estilo de vida norteamericano.
Y por otro lado, si la criatura es un ser extraño al que se le puede torturar sin problemas de conciencia ¿quién puede asegurar que en un momento dado alguno de los malos de la historia no podría hacer lo mismo con Eliza? Como bien le dice ella a Giles (Richard Jenkis), su amigo homosexual, cuando le está intentado pedir ayuda para liberar a la criatura, ella tampoco habla y solamente puede expresarse con la cara ¿Por ello se merece que nadie le ayude? Eliza se muestra más clarividente que ningún gran orador y convence instantáneamente al temeroso de Giles. Aunque del Toro no se deja llevar en ningún momento por el pasteleo y retrata a la criatura, al igual que hace con el entorno, desde el realismo y la ausencia de contemplaciones. La criatura es un ser salvaje que vivía en el Amazonas y como tal, cuando Eliza y Giles le llevan a su piso, no puede reprimir su instinto y se acaba comiendo a un gato e hiriendo, sin querer, al bueno de Giles.
Otros aspecto que llama la atención es el protagonismo de los huevos y el color verde. Respecto a los huevos sorprende que Eliza los utilice para proporcionarse placer y que sean lo primero que le ofrece a la criatura para fomentar su acercamiento. De aquí se pueden sacar dos explicaciones. Por un lado, se entienden las claras intenciones de Eliza que a través de los huevos inicia su modelo de conquista con la criatura . Y por otro lado, se puede hacer un símil entre la vida que puede salir del huevo y el amor que nace entre los dos. Y finalmente el verde sobresale en unas localizaciones oscuras y desprovistas de color. Son así verdes las tartas de lima que toman Eliza y Giles, los caramelos de Strickland y el Cadillac que se compra (por mucho que diga que es color esmeralda). Del Toro percibe así esperanza dentro de un ambiente oscuro y lleno de odio.
El final de este cuento resulta consecuente con la esencia de la película, que mezcla a partes iguales la fantasía con la cruda realidad. Eliza y el anfibio consiguen resucitar entre las balas y abandonan el mundo de los bloques y enfrentamientos, para refugiarse en la inmensidad del agua. La niña muda que fue abandona al nacer, junto a un río, y que tiene unas terribles cicatrices en el cuello, confirmará sus características únicas al transformar sus cicatrices en unas mágicas aletas, que le permitan vivir para siempre en el agua junto a su amado. Un final feliz, pero a medias, ya que los dos (que son las víctimas) tienen que abandonar el mundo terrenal y exiliarse.
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