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Voto de John Dunbar:
6
Drama En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo. (FILMAFFINITY)
29 de marzo de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo nace con el seguimiento férreo de un hombre, Saul, el protagonista, con una visión subjetiva a través de sus pasos casi como si fuera en primera persona y, poco a poco, nos adentramos en unas salas y pasillos subterráneos atestados de una agitada actividad, de continuas idas y venidas, de nerviosismo y miradas perdidas. Son los principales testigos de las miserias del ser humano. Estamos dentro del corazón del genocidio, del Holocausto.
Con este arranque, más original por el enfoque que por el contenido (algo trillado), el director novel László Nemes pone su granito de arena sobre la infamia nazi. Un drama contenido sobre un padre víctima (una más) por partida doble de dicha infamia, la suya propia y la de su hijo -asesinado ya-, sobre quien lo único que queda, firme en sus convicciones, es darle la adecuada sepultura.
Nemes, a quien la barbarie del nazismo golpea indirectamente, sabe, por tanto, qué palos tocar para profundizar en la tragedia. Realiza un hondo proceso de humanización dentro del entorno carente de la misma y de la pena áspera e insondable que soporta Saul (Géza Röhrig) para quien el destino final se reseva amargas contradicciones. Apenas existen los diálogos, la cámara habla por sí misma y ejerce de testigo solemne. Como tragedia es incontestable, absolutamente personalizada, cruel y dura cuanto puede y encima, se permite acabar en paradoja. La parte mala es la realización pura y dura. Por el empeño en mostrar esa visión tan individualizada, resulta una experiencia agotadora seguir al protagonista durante el continuo plano secuencia que es toda la proyección, siguiéndolo casi como si fuera un perro fiel, sin profundidad de plano alguno sobre el que 'descansar', que pueda ofrecer una perspectiva más amplia de lo que estamos viendo.
El resultado final me deja con cierta indiferencia; hasta consigue que me aburra en buena parte y no debería ser así ante algo tan emocional. Comparto el dolor mayúsculo expresado con parquedad y sin tiempo para sentimentalismos en el gesto y la mirada frustrada de su protagonista, y no tanto la forma innovadora en que éste -el drama del Holocausto, al fin y al cabo- es representado por su prolongado y cercado punto de vista. Sus muchos premios serán su mejor aval allá donde vaya.
John Dunbar
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