Estamos en 1958 en una pequeña ciudad alemana de provincias donde se desencadena un arrollador amor de verano entre un adolescente, el joven Michael (Kross), y la no tan joven Hanna (Winslet).
Un amor de bañera y de baños en ríos y piscinas, de desnudos sazonados con lecturas de los ejercicios de la clase de literatura de él, desde la "Odisea" a "Tintín", que encuentran en ella una arrobada escucha.
Saltando de época en época llegaremos con estos dos personajes a 1995. Ya nada es igual, salvo la recitación de uno y la atenta audición de la otra.
Cinta notable sobre despertares. El del amor juvenil y el del amor maduro, el de la conciencia autista ante el sufrimiento de los demás, el de la responsabilidad individual y colectiva del pasado nazi en Alemania, o el de la diferencia entre moralidad y ley que permitió que de los ocho mil funcionarios que pasaron por Auschwitz apenas dieciséis fueran condenados y de ellos solo siete por matar. O eso nos pareció escuchar. Escalofriantes cifras en cualquier caso.
Se cita la obra de Jaspers "El problema de la culpa alemana", donde extiende también la responsabilidad del genocidio a los países occidentales por su pasividad. ¿Y no está pasando ahora algo parecido con el antisemitismo actual?
Magnífico análisis de los personajes. Aunque no logremos entender algunos comportamientos de Michael, como cuando anula la pretendida visita a Hanna en la cárcel, la extraña huida de ella o su atenta escucha de las lecturas que, solo muy al final, lograremos comprender.
Una gran película, y dura, que recomendamos.