Hubo un tiempo en el que, de jóvenes, creíamos en las utopías, que los cambios que exigíamos podían ser alcanzados con la voluntad y la fuerza del espíritu. Un tiempo en el que creíamos que todo era posible y que la sociedad nos temería y respetaría porque estábamos ahí, dispuestos a darlo todo, a sacrificarlo todo por nuestras convicciones. Pero llegó el día en el que la competencia entre el tren y el caballo fue completamente desigual ya que el tren fue reemplazado por una máquina con mejores desempeños, mientras que el caballo envejecía; su prole, bella y fuerte como el padre, al fin de cuentas, seguían siendo caballos.

Sin embargo, y aunque la lucha pareciese perdida, los poderosos sabrán que estamos aquí, aferrados a nuestros ideales porque, a diferencia de nuestros cuerpos corruptibles y mortales, con el tiempo, los ideales no envejecen, se fortalecen al demostrar que tenían la razón y los poderosos tendrán que contar siempre con esa piedra en el zapato que les recordará a cada paso que den que los débiles, los abandonados y los explotados seguiremos aquí, esperando pacientemente nuestra oportunidad de demostrar que merecemos, que exigimos UN LUGAR EN EL MUNDO.