David Cronenberg tiene una carrera irregular llena de grandes films y otros no tanto, por ello se puede decir que muchas veces ha estado sobrevalorado. Por ejemplo, si esta película no hubiera venido firmada por él, no creo ni que hubiera llegado a estrenarse.
Basada en una novela de Don Delillo, es una crítica feroz del capitalismo que está convirtiendo a los pobres en más pobres y a los ricos en mucho más ricos. Un mundo en el que las relaciones personales están basadas en la impersonalidad, la asepsia y la desgana. Unas relaciones en las que priman los intereses económicos, como todo en esta vida alienada por el capital. Esto, que parece ser interesante, es llevado a la pantalla de forma indiferente por Cronenberg con un argumento en el que un yuppie viaja por toda la ciudad con su limusina mientras por ella pasan toda clase de personajes. Parece olvidar Cronenberg que una narración debe tener algo de acción y que si sólo monta una película con discursos filosóficos, morales, vitales trufados con escenas de sexo y alguna violenta sin mucho sentido, lo más probables es que nos aburramos como una ostra.
Y eso es lo que ocurre con esta película, que es aburrida a más no poder y uno se pregunta cuando lleva media hora de proyección si va a pasar algo y, cuando pasan algunos minutos más ya ni me importa lo que pueda ocurrir. Me trae sin cuidado y lo único que pienso es que cuanto antes acabe esta tontería que me ha hecho perder un tiempo de mi vida que no volveré a recuperar, mejor para mi salud mental.
El reparto tiene nombres ilustres como Juliette Binoche, Samantha Morton o Paul Giamatti pero está encabezado por el cara plana (que parece que le han dejado ese careto por un palazo) Robert Pattinson con una interpretación monocorde y aburrida. La verdad es que a tono con el resto del film, apático a más no poder.