La ciencia-ficción ha sido desde siempre uno de mis géneros favoritos. Es realmente fascinante la facilidad que tiene este género para tratar temas trascendentales y relevantes para el ser humano. En esta ocasión vuelve al tema de la inteligencia artificial, haciendo una lectura política entre una (im)probable guerra fría entre China y Gran Bretaña.
Se trata de un film de bajo presupuesto y eso, lamentablemente, se nota. Y no tiene por qué ser así, ya que hay bastantes películas de ciencia-ficción que no han costado un chavo pero que se han convertido, a base de originalidad y maestría, en verdaderas obras de culto.
Pero en esta ocasión estamos ante un film frío, demasiado violento y quizá también bastante denso, en el peor sentido de la palabra, lo que hace que se convierta en aburrido. Está bien que se use el género para disertar sobre los más intrincados asuntos que atañen al ser humano, pero, por favor, a ser posible, que se haga con diversión, que el producto sea ameno. No es demasiado pedir. Así, uno no llega a conectar nunca la trama con lo pasa lo que jamás de los jamases debería ocurrir en una cinta de este tipo: nos lleva sin remisión al aburrimiento.
No entraré en si sus planteamientos son más o menos interesantes ni si se toma demasiado en serio a sí mismo y lo que nos cuenta, pero lo que sí puedo afirmar sin ninguna duda es que yo me aburrí, no llegué a conectar.