Una pena. Tras cuatro o cinco capítulos de un comienzo prometedor, de reminiscencias al mejor Asimov o Philip K Dick, cae precipitadamente en bruscos giros argumentales insostenibles, y culmina e insiste, durante su final, en cosas que a hemos visto mil veces en películas de serie B.
Es como una pesadilla. Sus primeros capítulos sentaban las bases de múltiples conflictos característicos de la ciencia ficción de calidad, como el de inteligencia y emociones de los androides, la educación y la secularización de pequeños humanos, para llevarlos hacia la tolerancia y la racionalidad, en pos de una nueva esperanza del género humano. En esos primeros capítulos la serie no solo sale airosa, sino que contiene diálogos muy buenos y situaciones lógicas a pesar de lo arriesgadadamente inherente a su ambición. Además, expone unos interesantísimos flashbacks que explican el declive del género humano, en una especie de guerras fratricidas mundiales, con una especial carga en el sentimiento religioso, y un planteamiento inusual de alianza tecnológica y religiosa.
Casi emocionado terminaba de ver cada uno de estos capítulos.
Pero llega el ecuador de la serie, y los personajes empiezan a hacer cosas raras y a ser incongruentes, los guionistas meten paja innecesaria de elementos sobrenaturales que no se molestan en explicar, y asistimos a una evolución de la historia que, en apenas dos horas de metraje, echa por tierra todo el buen trabajo y lo que pudo ser, quizás, una de las mejores serie de ciencia ficción televisiva. La acción, en el mal sentido del término, antes episódica, pasa a desempeñar el papel principal, y culmina en unos mimbres que nada tenían que ver con la primera mitad.
El último episodio es directamente ridículo y bochornoso.