Desconocía bastante esta historia y, sobre todo, que el techo del mundo se hubiera convertido en un reclamo turístico, para aquellos aventureros con una buena cantidad de dinero en sus bolsillos. Este fenómeno provoca al parecer, embotellamientos en la escalada, suciedad y bombonas de oxígeno tiradas en las paredes de este gigante del Himalaya.
La película viene a describir una serie de sucesos ocurridos en la década de los 90, en la que buena parte de una expedición, se vio sorprendida por una terrible tormenta.
Es un digno espectáculo para ser visionado en una pantalla grande, gracias a una fotografía espectacular y a un sonido envolvente, en ocasiones hasta sobrecogedor.
Su director maneja este relato de supervivencia extrema desde el esquema habitual de las películas de catástrofes: muchos personajes, drama humano y personal y grandes hazañas en condiciones límites. Todo ello sin entrar excesivamente en el desarrollo de los mismos, mostrando los sucesos con la misma frialdad, que el suelo congelado que pisan en la ascensión.
El espectador puede entrar en la misma con cierta sensación de ausencia, sin excesivas implicaciones emocionales. La aparición de las clásicas esposas sufridoras, no resulta del todo convincente, quedándose en unos meros clichés del género. Tan solo personajes como el de Josh Brolin y John Hawkes pueden llegar a arañar el corazón helado de su guión.
El director no ha sabido del todo, mostrar la épica necesaria en esta clase de productos, ni tampoco manejar correctamente, la sucesión de elipsis propuestas en la historia. Apenas veremos el entrenamiento de los personajes, para ir aclimatándose en la altura, y saltaremos miles de metros sin explicación alguna; a lo que se viene a añadir un final esperable, pero demasiado abrupto.
Se ve con entretenimiento, pero le falta claustrofobia e inquietud.