Tanto daría si la llamamos Zombies en Ibiza, Ibiza Undead, Zombie Spring Breakers o cualesquiera variantes del título. Ateniéndonos tanto a las posibilidades que ofrecen tanto la agenda ludicofestiva y nocturna de la más mediatizada de las dos Islas Pitiusas, como del perfil medio del turista británico -dentro o fuera de ellas- a la busqueda de desfase y alcohol, todas las maneras de etiquetar una comedia terrorífica sobre muertos vivientes en el epicentro de los desparrames junto al Mediterráneo sonaría a puro y simple eufemismo o, en el peor de los casos, podríamos pensar que la invasión de los caminantes no vivos en la isla es una telerrealidad.
'Ibiza Undead', 'Zombies en Ibiza' o 'Zombie Spring Breakers' es bastante menos de lo que su título augura teniendo en cuenta que pasan media película -o parece que lo sea- dentro de un apartamento de alquiler. Sería sensato tomársela como un 'Shaun of the Dead' desinflado que, cuando no hay miembros amputados, te refrescará el recuerdo de 'Contigo no, bicho' (2018) o, estrenada a la vez, 'Benidorm, mon amour' -la adaptación divertida y destapada al cine de 'L' Alquería Blanca'- aunque unos 220 kilómetros al nordeste (salvo las partes rodadas en Valencia con las que juraría que comparte escenarios naturales).
No sé si será porque en una comedia gore de ADN compartido con Richard Matheson (¿zombis que bailan, dónde si no?) va implicito desdeñar los sonidos metaleros, pero el personajillo más cargante del relato se pasa todo el tiempo con una camiseta de Slayer y las palabras "fantasma" y "soy virgen" escritas en la frente.
Y por cierto, no te esperes a Cara Theobold de la misma guisa que trabajando en las cocinas de Downton Abbey: la playa, el sol y pelearte con los devoradores de cerebros invita a emplear un vestuario cómodo y ligero (sobre todo en primavera). Pero no te emociones, es la modosilla de la panda de protagonistas.
La fiesta nunca muere... ¡Los muertos tampoco!
Bastante más pochilla que todas las que he mencionado como referentes.