Casi como si el destino lo quisiera así, o por efecto rebote que no conviene descartar, la casualidad dispuso que el comienzo de la década por antonomasia de la extravagancia hortera y el ADN surrealista en el cine de acción (sin ser siquiera adscrito a la serie B) se coronara en sus respectivas vertientes del héroe detective o ladrón con dos clásicos de la estupidez (dicho como un piropo) azuzada por su doblaje español: tanto Ford Fairlane como Eddie "el gran Halcón" Hawkins se dieron una hostia que iba a convertirles en protagonistas de dos extraordinarias gilipolleces de culto, y que, en esta ocasión, se serviría, para entregar un relato de ladrones como si fuese un corto de los Looney Tunes en el que la chulería implícita de Willis potencialmente socarrón -más aún que de costumbre- contagia la tontería a un desacomplejado reparto restante no precisamente exiguo con, ojito al parche, la antiquímica romántica a la que contribuyó una desubicadísima Andie McDowell, el maestro de la mangancia Danny Aiello, el malo James Coburn y Frank Stallone jodiéndole a Bruno el segundo cappuccino del día.
El festín de bromas sin sentido del ridículo -o tanto como para que MqñacDowell imite a un delfín- lo completan David "Kit Kat" Caruso mas el matrimonio Mayflower (Richard E. Grant y Sandra Bernhard): uno de los dos tórtolos fetichistas se equivocó al creer que jamás podría volver a trabajar después de esta película donde emularían a Connie & Raymond Marble ('Pink Flamingos') metidos a villanos de blockbuster.
Por cierto, David Caruso está preciosa vestida de rojo. Y ya está, si no lo digo reviento.
Un caramelo lisérgico del responsable de 'Escuela de jóvenes asesinos' y la aún no nata 'Cabezas Huecas' que, a corto plazo, por desgracia, no interesó a absolutamente nadie.
A corto plazo, digo. Porque 32 años después se ha vuelto tan necesaria como mala.
Y eso es MUCHA necesidad.