Alejandro González Iñárritu nos presenta una película manchada, oscura, un retrato costumbrista de vidas perdidas y un retrato de una Barcelona a veces anacrónico, siempre de denuncia de una sociedad y de un tiempo que empuja y abofetea a los más desamparados. "Biutiful" hurga en la miseria del trapicheo, de la enfermedad, del "buscarse la vida" en el ruedo de las miserias. Por encima de todo, es una película caleidoscópica con historias tristes, con la asunción de lo sobrenatural de una manera, si se me permite la expresión, "goyesca". Iñárritu, a pesar de no ser guionizado por su colaborador habitual Guillermo Arriaga, se autoplagia condescendientemente y no abandona ese sentido de unidad desconocida que nos envuelve y que también reflejó en "Amores perros", "Babel" o "21 gramos". Cualquier movimiento que hacemos es susceptible de provocar consecuencias en los demás: esos demás que desconocemos o no, pero que están. Los actos tienen su consecuencia, a menudo trágica, y la vida real deja el sentido de la "justicia" en una broma de mal gusto.
"Biutiful" narra todo esto y más, sobretodo, en la figura de Uxbal. La dualidad de la persona, un personaje redondo, interpretado por Javier Bardem. Se escribe "Biutiful" porque aunque haya intención de ayudar, de dar con la respuesta adecuada, nunca se ha tenido la estructura ni los medios para saber que en realidad es "Beautiful". En resumen, la lucha en el desamparo.