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Voto de davilochi:
8
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Drama
Bosnia-Herzegovina, 1991. Los comunistas han perdido el poder y Divko Buntic vuelve a su pueblo a reclamar la casa familiar. Tras veinte años de exilio en Alemania, regresa, en su ostentoso Mercedes, con una novia jovencita, con Bonny, el gato negro de la suerte, y con los bolsillos llenos de marcos alemanes. Utiliza su dinero y sus relaciones para desahuciar a la fuerza a su esposa Lucija, de la que está separado, pero hace lo posible ... [+]
28 de junio de 2011
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por fin he tenido la oportunidad de adentrarme en la nueva propuesta del original director bosnio Danis Tanovic, uno de los referentes fundamentales del cine balcánico desde su afamada "En tierra de nadie" (2001). Lo cierto es que había esperado durante mucho tiempo este momento, de modo que las expectativas eran muy altas. De hecho, antes de ver la película tuve la ocasión de leer la novela de Ivika Djikic en que está basado el film, lo cual hacía que fuera aún mayor mi ansia por conocer el modo en que Tanovic había llevado historia tan compleja al cine. Una vez visto el resultado puedo decir que el cineasta ha hecho una adaptación bastante libre de la obra del escritor bosnio-croata. Todo dentro de lo normal si tenemos en cuenta la dificultad de llevar a cabo una adaptación ya que, como voy a tratar de demostrar, la adaptación no desmerece. Sea como fuere, recomiendo desde ya mismo a todo aquel que le guste el trabajo de Tanovic que se haga con la novela, porque a parte de cortita, barata y bien traducida es una obra sorprendente. Sin embargo, me gustaría dejar un humilde apunte personal: es posible que de haber estado en el lugar del director bosnio yo hubiera optado por llevar a cabo una película en dos partes, ya que la novela se centra en los momentos previos y posteriores al conflicto, de modo que ofrece una idea interesante de cómo cambió todo debido a éste. Plantear el proyecto a largo plazo y en toda su completitud podría haber dado lugar a una fantástica epopeya, lo que se dice un trabajo redondo.
En cualquier caso hay que felicitar a Tanovic porque sin lugar a dudas ha conseguido una fantástica ambientación, rozando en ocasiones ese supuesto "beatus ille" que fue la Yugoslavia interétnica. Una muestra fantástica de ello es la camiseta de fútbol roja que Martin lleva consigo habitualmente: se trata de la del FK Velez Mostar, el equipo más famoso de Herzegovina -región donde se ambienta la película- durante el periodo de vigencia del régimen yugoslavo. La inclusión de esta referencia en el film no es casual si tenemos en cuenta que hinchas procedentes de las tres principales etnias bosnias compusieron la afición de este club.
Tal y como hiciera "En tierra de nadie" Tanovic sabe sacar lo mejor de la gente con la que trabaja. De Miki Manojlovic qué vamos a decir que no se haya dicho a estas alturas, es uno de los mejores a nivel mundial; Boris Ler hace un fantástico trabajo como Martin, joven inocente que nace al mundo a lo largo del film; Jelena Stupljanin no sólo es de una belleza inconmensurable, sino que además la hace valer ante las cámaras, demostrando que no basta con ser guapa, sino que hay que valer; Mira Furlan, como Lucija creo que está en uno de los mejores papeles de su carrera: transpira dignidad.
En cualquier caso hay que felicitar a Tanovic porque sin lugar a dudas ha conseguido una fantástica ambientación, rozando en ocasiones ese supuesto "beatus ille" que fue la Yugoslavia interétnica. Una muestra fantástica de ello es la camiseta de fútbol roja que Martin lleva consigo habitualmente: se trata de la del FK Velez Mostar, el equipo más famoso de Herzegovina -región donde se ambienta la película- durante el periodo de vigencia del régimen yugoslavo. La inclusión de esta referencia en el film no es casual si tenemos en cuenta que hinchas procedentes de las tres principales etnias bosnias compusieron la afición de este club.
Tal y como hiciera "En tierra de nadie" Tanovic sabe sacar lo mejor de la gente con la que trabaja. De Miki Manojlovic qué vamos a decir que no se haya dicho a estas alturas, es uno de los mejores a nivel mundial; Boris Ler hace un fantástico trabajo como Martin, joven inocente que nace al mundo a lo largo del film; Jelena Stupljanin no sólo es de una belleza inconmensurable, sino que además la hace valer ante las cámaras, demostrando que no basta con ser guapa, sino que hay que valer; Mira Furlan, como Lucija creo que está en uno de los mejores papeles de su carrera: transpira dignidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Después está el tipo de iluminación utilizado por Tanovic: todo confluye de un modo singular, verdaderamente mágico con el único fin de recuperar la atmósfera de esa Yugoslavia que fuera ejemplo de convivencia pacífica y que se derrumbó a las primeras de cambio bajo las bombas. El mensaje del director es claro: fuera lo que fuera no merecía el final que tuvo. En historia las cosas nunca son blancas o negras, lo único que está claro es que aquella guerra fue del todo innecesaria -¿alguna lo es?- y que la película es fiel a ambas cuestiones.
Como fue habitual en la antigua Yugoslavia Divko y Lucija, ambos padres de Martin, provenían de tradiciones familiares opuestas. La Segunda Guerra Mundial hizo estragos en los Balcanes, dejando vencedores y vencidos en el sentido más absoluto de la palabra: el padre del primero era un ustasha que fue asesinado tras la guerra como parte de las purgas, de forma que Divko se vio obligado a cargar con la deuda contraída por su padre para con el pueblo debido a sus creencias políticas; por su parte, el padre de Lucija era un comandante partisano. Eran tiempos difíciles para una sociedad corroida por la sangre derramada. En un lado se impuso un silencio reprimido y por el otro la historia oficial, que no reconocía las divisiones que habían devastado el país, ni la existencia de marginados sociales por motivos políticos... pero los había, y tanto que los había. Muerto Tito surgieron muchos candidatos a su trono: precisamente aquellos que cargaban con sus resentidas y reprimidas memorias familiares, aquellos que veían la convivencia como la representación más nefasta de todo lo que representaba su desgracia, su tragedia familiar. Todos ellos se convirtieron en "salvapatrias" que llevaron a sus compatriotas al abismo de la guerra y, como resultado de ésta, la muerte, la corrupción y el radicalismo. Un precio demasiado alto por una entelequia llamada patria.
Tras esta realidad global queda cada una de las historias individuales, como la de Divko, quien huido de Yugoslavia a causa de la persecución a la que fue sometido por las autoridades yugoslavas por su pasado familiar se convirtió en uno de los muchos que financió económicamente la causa del nacionalismo croata. No obstante hubo gente que sólo quería vivir en paz, a pesar de que a su alrededor urgiera cambiar los símbolos y olvidar el pasado. Hubo muchos que no creyeron hasta el final la que se les venía encima, sin embargo se vieron enmudecidos o coaccionados por el ruido de las armas. No importa mucho la eterna pregunta de quién empezó, sino más bien el hecho de que mucho antes de que nadie diera un paso adelante muchos, desde Macedonia a Eslovenia pasando por Serbia, Croacia y Bosnia consideraron que aquel experimento de la convivencia ya había durado demasiado. Y, al final, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia los jóvenes pagaron los errores de los viejos.
Como fue habitual en la antigua Yugoslavia Divko y Lucija, ambos padres de Martin, provenían de tradiciones familiares opuestas. La Segunda Guerra Mundial hizo estragos en los Balcanes, dejando vencedores y vencidos en el sentido más absoluto de la palabra: el padre del primero era un ustasha que fue asesinado tras la guerra como parte de las purgas, de forma que Divko se vio obligado a cargar con la deuda contraída por su padre para con el pueblo debido a sus creencias políticas; por su parte, el padre de Lucija era un comandante partisano. Eran tiempos difíciles para una sociedad corroida por la sangre derramada. En un lado se impuso un silencio reprimido y por el otro la historia oficial, que no reconocía las divisiones que habían devastado el país, ni la existencia de marginados sociales por motivos políticos... pero los había, y tanto que los había. Muerto Tito surgieron muchos candidatos a su trono: precisamente aquellos que cargaban con sus resentidas y reprimidas memorias familiares, aquellos que veían la convivencia como la representación más nefasta de todo lo que representaba su desgracia, su tragedia familiar. Todos ellos se convirtieron en "salvapatrias" que llevaron a sus compatriotas al abismo de la guerra y, como resultado de ésta, la muerte, la corrupción y el radicalismo. Un precio demasiado alto por una entelequia llamada patria.
Tras esta realidad global queda cada una de las historias individuales, como la de Divko, quien huido de Yugoslavia a causa de la persecución a la que fue sometido por las autoridades yugoslavas por su pasado familiar se convirtió en uno de los muchos que financió económicamente la causa del nacionalismo croata. No obstante hubo gente que sólo quería vivir en paz, a pesar de que a su alrededor urgiera cambiar los símbolos y olvidar el pasado. Hubo muchos que no creyeron hasta el final la que se les venía encima, sin embargo se vieron enmudecidos o coaccionados por el ruido de las armas. No importa mucho la eterna pregunta de quién empezó, sino más bien el hecho de que mucho antes de que nadie diera un paso adelante muchos, desde Macedonia a Eslovenia pasando por Serbia, Croacia y Bosnia consideraron que aquel experimento de la convivencia ya había durado demasiado. Y, al final, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia los jóvenes pagaron los errores de los viejos.