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Voto de davilochi:
10
![](https://filmaffinity.com/images/myratings/10.png)
8,0
2 076
Drama
La historia relata gradualmente los problemas de una granja colectiva durante unos pocos días de otoño en los años de la Hungría post-comunista, observada desde la perspectiva de distintos personajes. (FILMAFFINITY)
14 de julio de 2011
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al igual que Tarkovski, Angelopoulos, Bresson, Kurosawa, Bergman o Kubrick -por citar algunos-, el húngaro Bela Tarr pertenece sin género de dudas a ese selecto grupo de directores de cine que en el ejercicio de su labor artística se elevan a la categoría de filósofos. Al igual que ese elenco de ilustres directores con que comenzaba esta crítica, Tarr combina su peculiar visión de la vida con un increible manejo de los resortes del séptimo arte. "Sátántangó" fue la obra que lo confirmó definitivamente como uno de los grandes, como alguien que habría de ser tenido en cuenta de cara al futuro. Sin embargo su explosión definitiva debe mucho a esa fantástica dupla que desde "La condena" -obra maestra menos conocida por ser anterior al fáustico proyecto de la granja colectiva- viene formando con su compatriota y genial escritor László Krasznahorkai, que ha encontrado en Tarr un tesoro para dar forma visual a su obra literaria. Quizás, el único problema con que se ha podido encontrar el literato es que la ascendente estrella de su colega en la escena internacional del cine ha venido a eclipsar un tanto su nombre para el gran público que de vez en cuando descubre que "Armonías de Werckmeister", "La condena" o la propia "Sátántangó" están basadas en novelas suyas. No obstante, como se suele decir por aquí, "quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija", y la intensa colaboración entre estos húngaros tan notables ya ha cumplido más de veinte años con la puesta en escena de "The Turin Horse" este mismo año, en cuyo guión ha colaborado activamente Krasznahorkai.
Varias cuestiones permiten deducir que la película se encuentra ambientada en los años 80, en algún punto de la Gran Llanura húngara. Lo más esclarecedor es que Tarr ambicionara filmar la obra desde un momento tan temprano como el año 1985, pero se encontró de frente con la hostilidad de las autoridades del régimen comunista, quienes sabían perfectamente de las intenciones del director y del daño que podía hacerse a través del cine, máxime en un momento políticamente tan delicado como aquel. Fuera del bloque soviético quizás no estuviera tan claro, pero dentro de él eran muchos los que sabían que o se hacía algo o aquello se acababa, y hacer algo podía suponer que se acabara también. Tarr quiso retratar ese final llevando al cine la obra de Krasznahorkai. Puedo imaginarme a las autoridades en cuestión tragando saliva ante el proyecto del díscolo director de cine.
Obras como éstas hay que abordarlas desde las entrañas, conocer cómo se gestaron y cuáles fueron las motivaciones que las sacaron adelante. Para cualquier espectador corriente "Sátántangó" representa el goce visual y estético, incluso lírico si se quiere, pero para la mayor parte de los espectadores húngaros que tuvieron la oportunidad de verla en los años 90 no se trataba más que de la cruda realidad: esa película hablaba de un dolor real.
Varias cuestiones permiten deducir que la película se encuentra ambientada en los años 80, en algún punto de la Gran Llanura húngara. Lo más esclarecedor es que Tarr ambicionara filmar la obra desde un momento tan temprano como el año 1985, pero se encontró de frente con la hostilidad de las autoridades del régimen comunista, quienes sabían perfectamente de las intenciones del director y del daño que podía hacerse a través del cine, máxime en un momento políticamente tan delicado como aquel. Fuera del bloque soviético quizás no estuviera tan claro, pero dentro de él eran muchos los que sabían que o se hacía algo o aquello se acababa, y hacer algo podía suponer que se acabara también. Tarr quiso retratar ese final llevando al cine la obra de Krasznahorkai. Puedo imaginarme a las autoridades en cuestión tragando saliva ante el proyecto del díscolo director de cine.
Obras como éstas hay que abordarlas desde las entrañas, conocer cómo se gestaron y cuáles fueron las motivaciones que las sacaron adelante. Para cualquier espectador corriente "Sátántangó" representa el goce visual y estético, incluso lírico si se quiere, pero para la mayor parte de los espectadores húngaros que tuvieron la oportunidad de verla en los años 90 no se trataba más que de la cruda realidad: esa película hablaba de un dolor real.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Desde el mismo inicio Tarr nos apabulla con ese genial plano-secuencia que pone al descubierto la decadencia dominante en una granja colectiva: charcos negros, barro negro, edificios ennegrecidos por el paso del tiempo. El espectador puede sentir el abandono y la desolación al observar la infraestructura completamente destartalada. Los húngaros son gente que tienen grabado en la memoria su pasado traumático, de lo cual es culpable en no poca medida esa decadencia que permite ver en el paisaje las huellas de la guerra y el desastre (cualquiera que haya estado en Budapest y haya observado las fachadas de esa hermosa ciudad sabrá de qué hablo). Allí, en mitad de la llanura, el recuerdo de la última guerra es un campanario devastado que servirá para dotar de estructura circular al film y cumplirá el papel de coro en esta inmensa tragedia griega que es "Sátántangó".
Los habitantes de la granja quieren huír de allí, empezar una nueva vida, en ningún momento tenemos muy claro cuáles son sus proyectos. Pero, ¿es posible empezar una nueva vida?, incluso, ¿es posible vivir?, ¿acaso alguna vez han llegado a hacerlo? Aquellos fueron años grises marcados por la incertidumbre, la represión y la aplastante cotidianeidad de la desesperanzadora realidad, fueron años hechos de rumores, pero también de falsos profetas como Irimías, que en connivencia con las autoridades servían como agitadores al servicio del régimen. Esos dos planos impresionantes de calles encajonadas donde los personajes caminan acompañados por grandes cantidades de basura arrastradas por el viento, incapaces de mirar atrás o si quiera levantar la cabeza nos muestran una visión satánica del "Ángel de la historia" de Walter Benjamin, ése mismo que arrastrado por la tempestad procedente del paraiso se veía condenado a vagar sin freno por los cielos sin poder hacer nada por parar la catástrofe que se desataba a sus pies. Irimías es como ese ángel, pero ataviado con su gabardina y su sombrero negro se convierte en su antítesis, pues al contrario que el ángel de Benjamin él es quien siembra la destrucción y no mira atrás porque no hay necesidad de ello: ¿para qué contemplar algo que ha visto mil veces representado en su cabeza? De fondo suenan las campanas: se han abierto los sellos del Apocalípsis.
La lluvia "no parará hasta la primavera" dice el doctor, pero ¿llegará algún día de nuevo? Es difícil que lo haga en un mundo donde los hombres son exclusivamente peones de un sistema que se sirve de ellos a su antojo, incluso Irimías, con toda su seguridad en sí mismo no es más que una mera comparsa. Es en los despachos de Budapest donde burócratas de la policía política almuerzan al mismo tiempo que juzgan y deciden sobre el destino de personas humanas, es precisamente ahí donde se ha abierto el agujero negro que absorbe lentamente las fuerzas de la humanidad, de lo que queda de ella, y todo en mitad de la más absoluta monotonía, del aburrimiento más supino.
Los habitantes de la granja quieren huír de allí, empezar una nueva vida, en ningún momento tenemos muy claro cuáles son sus proyectos. Pero, ¿es posible empezar una nueva vida?, incluso, ¿es posible vivir?, ¿acaso alguna vez han llegado a hacerlo? Aquellos fueron años grises marcados por la incertidumbre, la represión y la aplastante cotidianeidad de la desesperanzadora realidad, fueron años hechos de rumores, pero también de falsos profetas como Irimías, que en connivencia con las autoridades servían como agitadores al servicio del régimen. Esos dos planos impresionantes de calles encajonadas donde los personajes caminan acompañados por grandes cantidades de basura arrastradas por el viento, incapaces de mirar atrás o si quiera levantar la cabeza nos muestran una visión satánica del "Ángel de la historia" de Walter Benjamin, ése mismo que arrastrado por la tempestad procedente del paraiso se veía condenado a vagar sin freno por los cielos sin poder hacer nada por parar la catástrofe que se desataba a sus pies. Irimías es como ese ángel, pero ataviado con su gabardina y su sombrero negro se convierte en su antítesis, pues al contrario que el ángel de Benjamin él es quien siembra la destrucción y no mira atrás porque no hay necesidad de ello: ¿para qué contemplar algo que ha visto mil veces representado en su cabeza? De fondo suenan las campanas: se han abierto los sellos del Apocalípsis.
La lluvia "no parará hasta la primavera" dice el doctor, pero ¿llegará algún día de nuevo? Es difícil que lo haga en un mundo donde los hombres son exclusivamente peones de un sistema que se sirve de ellos a su antojo, incluso Irimías, con toda su seguridad en sí mismo no es más que una mera comparsa. Es en los despachos de Budapest donde burócratas de la policía política almuerzan al mismo tiempo que juzgan y deciden sobre el destino de personas humanas, es precisamente ahí donde se ha abierto el agujero negro que absorbe lentamente las fuerzas de la humanidad, de lo que queda de ella, y todo en mitad de la más absoluta monotonía, del aburrimiento más supino.