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Voto de Shaulah:
9
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Drama
William Keane (Damian Lewis) es un hombre que acude todos los días a la terminal de autobuses del puerto de Nueva York buscando desesperadamente a su hija de 6 años, que lleva desaparecida ya varias semanas... (FILMAFFINITY)
2 de julio de 2008
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras descubrir a un soberbio Damian Lewis en “Band of Brothers”, empecé a seguir la pista a este actor y me topé con “Keane”. Quise verla en V.O.S. porque la interpretación de este actor no se queda únicamente en la forma que tiene que expresar su mundo interno, sino en los matices que pone en su voz. Por ello, recomiendo ver esta película en este formato para disfrutar a tope del arte que tiene de interpretar Damian Lewis.
“Keane” es mucho más que una película: es el retrato robot de la psicología de un hombre llamado William Keane que ha perdido a su hija, llamada Sophie, en una estación de autobuses de Nueva York. Para quien le guste observar las manifestaciones del mundo interno de las personas, disfrutará con esta película muchísimo; para quien no, se aburrirá, porque lo importante de “Keane” no es su argumento, sino la forma que tiene de mostrar al público el mundo psicológico de una persona.
Damian Lewis, interpretando a William Keane, hace un papel impresionante. Sus expresiones faciales, sus diálogos y su forma de moverse hacen que parezca que estés viendo a una persona al natural, que no está actuando. Abigail Breslin, también conocida como la pequeña Miss Sunshine, hace el papel de Kira, la hija de la mujer que conoce William en el motel. La relación entre ambos hace despertar todo tipo de emociones, desde la más profusa de las alegrías, al más intenso de los miedos. Nunca queda del todo claro cuál es el problema psicológico de Keane, y creo que es otro de sus puntos a favor, puesto que deja libre interpretación al espectador mediante el hilado de ciertos indicios ambiguos que se dejan a lo largo del metraje.
En cuanto a aspectos técnicos, destacan por encima de todo las escenas rodadas pegadas a la cabeza de William. En todo momento sientes como si estuvieses a su lado, permitiéndote ver mejor cómo actúa, siente y piensa al estar viendo el mundo desde su perspectiva. Otro aspecto que llama la atención es la carencia de banda sonora. Todos sabemos que la música es una buena aliada de las emociones y que, en muchas ocasiones, una determinada melodía en un momento crítico de una película, puede hacer llorar o reír al más inmune emocionalmente. Sin embargo, en “Keane” no hace falta música para cumplir este objetivo. El propio retrato robot de William es una emoción en sí misma, por lo que hay momentos en los que William nos da asco, nos alegra, nos entristece, nos sorprende, nos enfada y nos da miedo.
En definitiva, una película para disfrutar de la psicología mediante una pequeña historia que, a mi juicio, está muy bien guiada y muy bien rodada, aunque no será bien saboreada por todo el público, dado que no cumple los cánones de la comercialidad. Un sobresaliente para Lodge Kerrigan por mostrarnos tan magistralmente la desesperanza, la ternura, la decadencia y el dolor del ser humano.
“Keane” es mucho más que una película: es el retrato robot de la psicología de un hombre llamado William Keane que ha perdido a su hija, llamada Sophie, en una estación de autobuses de Nueva York. Para quien le guste observar las manifestaciones del mundo interno de las personas, disfrutará con esta película muchísimo; para quien no, se aburrirá, porque lo importante de “Keane” no es su argumento, sino la forma que tiene de mostrar al público el mundo psicológico de una persona.
Damian Lewis, interpretando a William Keane, hace un papel impresionante. Sus expresiones faciales, sus diálogos y su forma de moverse hacen que parezca que estés viendo a una persona al natural, que no está actuando. Abigail Breslin, también conocida como la pequeña Miss Sunshine, hace el papel de Kira, la hija de la mujer que conoce William en el motel. La relación entre ambos hace despertar todo tipo de emociones, desde la más profusa de las alegrías, al más intenso de los miedos. Nunca queda del todo claro cuál es el problema psicológico de Keane, y creo que es otro de sus puntos a favor, puesto que deja libre interpretación al espectador mediante el hilado de ciertos indicios ambiguos que se dejan a lo largo del metraje.
En cuanto a aspectos técnicos, destacan por encima de todo las escenas rodadas pegadas a la cabeza de William. En todo momento sientes como si estuvieses a su lado, permitiéndote ver mejor cómo actúa, siente y piensa al estar viendo el mundo desde su perspectiva. Otro aspecto que llama la atención es la carencia de banda sonora. Todos sabemos que la música es una buena aliada de las emociones y que, en muchas ocasiones, una determinada melodía en un momento crítico de una película, puede hacer llorar o reír al más inmune emocionalmente. Sin embargo, en “Keane” no hace falta música para cumplir este objetivo. El propio retrato robot de William es una emoción en sí misma, por lo que hay momentos en los que William nos da asco, nos alegra, nos entristece, nos sorprende, nos enfada y nos da miedo.
En definitiva, una película para disfrutar de la psicología mediante una pequeña historia que, a mi juicio, está muy bien guiada y muy bien rodada, aunque no será bien saboreada por todo el público, dado que no cumple los cánones de la comercialidad. Un sobresaliente para Lodge Kerrigan por mostrarnos tan magistralmente la desesperanza, la ternura, la decadencia y el dolor del ser humano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Mi retina ha tenido a bien conservar tres escenas de esta película que, cada vez que las recuerdo, se me ponen los pelos de punta. La primera de ellas es cuando está teniendo relaciones sexuales en una cabina del aseo con una chica que conoce en una discoteca. Por dos motivos, por lo inmensamente hermosa que es, ya que está excelentemente filmada y muestra el arte de sugerir sin mostrar, brotando erotismo por todas partes. Y por lo intensamente decadente que resulta ver a un perdido, demacrado y drogado Keane entre los brazos de una mujer que acaba de conocer. Esa mezcolanza entre lo bello y lo que consideramos horrible en nuestra cultura es simplemente impresionante.
La segunda escena es cuando William está con Kira en la pista sobre hielo, cuando siente que le va a dar un brote y se le ve totalmente desconcertado e intenta por todos los medios que no le dé estando con la niña. Después, cuando están jugando a una especie de bolos, le vuelve a dar y es cuando estalla. Como decía, esta película es obligada verla en V.O. para escuchar los matices de voz que pone Damian Lewis y que realmente sobrecogen. La desgarradora imagen de un hombre que trata de dominarse de los efectos de una esquizofrenia -o el problema que tenga, porque aún no sé muy bien qué es lo que le sucede- es brutal.
La tercera escena, casi al final de la película, y que muestra el enorme talento de Damian Lewis una vez más, es cuando está en la estación de autobuses con Kira, esperando a la madre de ésta. Kira quiere ir a comprar unos caramelos, y William la deja pero, desde lejos, la observa. En ese momento, se derrumba y empieza a llorar diciendo “I’m sorry, Sophs. I’m sorry”. De todo el asco que nos haya podido producir un grotesco, decadente y mísero William a lo largo de la película, es aquí cuando redescubres la ternura de este personaje; no es un perturbado que pretenda hacer daño a Kira, como en algún momento se puede llegar a pensar, como cuando acuesta en la cama a Kira o ella se está lavando. Es simple y complejamente un personaje hundido física y psíquicamente por la pérdida de su hija. Un padre que ha perdido lo único que tenía y lo que más quería. Un ser humano que piensa, siente y actúa como cualquier otro, pero motivado por unas circunstancias tan específicas e idiosincrásicas, que muestra la complejidad y hermosura de nuestra especie.
La segunda escena es cuando William está con Kira en la pista sobre hielo, cuando siente que le va a dar un brote y se le ve totalmente desconcertado e intenta por todos los medios que no le dé estando con la niña. Después, cuando están jugando a una especie de bolos, le vuelve a dar y es cuando estalla. Como decía, esta película es obligada verla en V.O. para escuchar los matices de voz que pone Damian Lewis y que realmente sobrecogen. La desgarradora imagen de un hombre que trata de dominarse de los efectos de una esquizofrenia -o el problema que tenga, porque aún no sé muy bien qué es lo que le sucede- es brutal.
La tercera escena, casi al final de la película, y que muestra el enorme talento de Damian Lewis una vez más, es cuando está en la estación de autobuses con Kira, esperando a la madre de ésta. Kira quiere ir a comprar unos caramelos, y William la deja pero, desde lejos, la observa. En ese momento, se derrumba y empieza a llorar diciendo “I’m sorry, Sophs. I’m sorry”. De todo el asco que nos haya podido producir un grotesco, decadente y mísero William a lo largo de la película, es aquí cuando redescubres la ternura de este personaje; no es un perturbado que pretenda hacer daño a Kira, como en algún momento se puede llegar a pensar, como cuando acuesta en la cama a Kira o ella se está lavando. Es simple y complejamente un personaje hundido física y psíquicamente por la pérdida de su hija. Un padre que ha perdido lo único que tenía y lo que más quería. Un ser humano que piensa, siente y actúa como cualquier otro, pero motivado por unas circunstancias tan específicas e idiosincrásicas, que muestra la complejidad y hermosura de nuestra especie.