Franz Jägerstätter fue declarado beato por la Iglesia Católica durante el Pontificado de Benedicto XVI, quien había pertenecido a las juventudes hitlerianas y podía entender bien la situación del protagonista. Malick no pivota tanto la película sobre las creencias religiosas del protagonista sino más bien en su moral: ¿tiene sentido su sacrificio y dejar huérfanas a sus hijas y sola a su viuda?

La segunda mitad de la película pasa a hacerse larga e incómoda: Malick consigue que el espectador se sumerja en el sufrimiento de Franz en su camino hacia el Calvario. Gran escena de Bruno Ganz, el Presidente del Tribunal Militar que le juzga y que aparece con sus manos como atadas: sabe muy bien que no está ante un traidor ni ante un cobarde pero, al igual que Pilates, no tiene otra opción que enviarle a la muerte.