La decepción no mitiga la sorpresa de encontrarse ante tan angustiante retrato de sadismo y apabullante horror encarnado en un impresionante Vinnie Jones. Por fin nos encontramos ante el terror asesino interpretado por un mortal que no necesita de máscaras, sierras, o la cara llena de quemaduras. Vinnie Jones da miedo, mucho miedo, en realidad demasiado. El convincente retrato del fotógrafo confiere todavía más credibilidad al personaje del asesino, que no deja de crecer en la pantalla al ritmo de sus martillazos. Un solo encuentro entre ambos por la calle nos confirma que el miedo y angustia que nos transmite este elemento no sólo es nuestro, sino de quien le persigue, que de primera mano se topa contra la imponente presencia y fortaleza de un psicópata vestido con traje y corbata que no dejará de atraparle y llevarle a un mundo lleno de carne,vísceras y bestialidad.

Es tanto el impacto visual de los asesinatos, y tan desmedida la fuerza con que se ejecutan, que la angustia y el terror no nos deja sentir repugnancia por los tremendos detalles de los crímenes, secuencias sumergidas del todo en el gore.

El clima oscuro, el desasosiego de estar junto con las víctimas en esos vagones, acaba precipitando al espectador al pozo del miedo y de la rendición. El ritmo trepidante.
De repente toda esa angustia y miedo se transforma en unos últimos 25 minutos del todo desconcertantes e inexplicables, al menos para mí, que desvirtúan un ejercicio de terror preciso y ensucian un implacable retrato cinematográfico de la maldad encarnada.

Por favor, que alguien me explique qué necesidad había de ese final, y que alguien me explique todo ese desenlace, porque aún me pregunto qué ocurrió.

No obstante, y a pesar del final, una bestialidad que no defraudará al amante del terror, o del miedo hecho carne.

Vinnie Jones da más miedo que Jason, Freddy y Terminator juntos mientras despedazan a un cadáver con el niño de La Maldición de testigo.