Delitos y faltas es para muchos la culminación de una imponente etapa en la carrera de Woody Allen. Tercera y última de una trío de grandes dramas, tras September y Otra mujer, Delitos y faltas cierra una década que Allen se propone analiza y destripa una visión nada complaciente de la realidad que dejaron los años 80.

La historia de Delitos y faltas es una historia densa, sin ningún tipo de concesión al espectador medio, incluso complicada de digerir para los acérrimos de Allen. No por ello el cineasta judío deja de introducir toques de altísima comedia, quizá para desengrasar un tanto el cariz que poco a poco va tomando la película. El repaso que Allen brinda a ese fin de época tiene como protagonistas a personajes nada confortantes, al contrario, se trata de seres con unas vidas grises, sombrías, amargadas.

En la sociedad retratada cobran importancia otras acepciones de la palabra "moral”, los valores imperantes poco tienen que ver ya con el honor o la dignidad. Allen quiere mostrar en esta ocasión esos aspectos poco o nada amables que nos rodean, y para ello teje toda una declaración de principios en forma de retratos individuales.
Angelica Huston nunca estaría más lúcida e impecable. Martín Landau comenzaba a vivir su segunda juventud. Y Woody Allen pasaba página en su trayectoria con una obra de madurez auténtica.